EL NEGRO FARÍAS: UN RUISEÑOR LE CANTABA AL PUERTO
Existen más de una versión sobre esta historia, pero, la principal -y, hasta ahora, más segura- dice que habría sido el compositor y letrista oriundo de Vallenar, don Víctor Acosta, quien dio nacimiento en Santiago, hacia 1942, al famoso vals popular “La joya del Pacífico”. Lo habría hecho, además, con una posible colaboración de Lázaro Salgado.
Los mismos porteños comentan que, aún aceptándola como su himno, un detalle revela que la celebérrima canción no fue escrita por uno de ellos: si así fuera, habrían evitado mencionar a su vecina la Ciudad Jardín (“Y yo te llamo encanto, junto a Viña del Mar”), obedeciendo a infaltables rivalidades y rencillas entre ambas comunidades. Alternativamente, además, la pieza ha sido conocida como “Valparaíso de mi amor” por el remate de sus versos, donde nombra a la encantadora e histórica Plaza de la Victoria del puerto:
La Plaza de la Victoria
es un centro social
o avenida Pedro Montt,
como tú no hay otra igual
Mas yo quisiera cantarte
con todito el corazón,
Torpedera de mi ensueño.
Valparaíso de mi amor.
Hay otro hecho interesante con relación a tal pieza inmoral del cancionero popular de Valparaíso y, por extensión, de todo Chile: contrariamente a lo que se asegura con cierta frecuencia (incluso por fuentes serias), esta no fue popularizada por primera vez por el inolvidable cantante peruano Lucho Barrios, tan asociado al mismo tema musical hasta nuestros días. En realidad, cortó sus primeros laureles gracias a un ruiseñor que formaba parte de la misma escena y de la vida en el puerto.
Efectivamente, su acogida importante en la bohemia y el ambiente recreativo porteño fue gracias a un recordado cantor que paseó sus artes por aquellas calles y plazas coloridas: Jorge Farías Villegas, apodado el Negro, el Rey del Bolero, el Ruiseñor y el Ciego Farías… Un ciego quien en principio no era tal, sino más bien tuerto, pero que por el supuesto abuso de los lentes oscuros tapando tal defecto habría acabado dañando su sentido de la vista, según la leyenda.
Que Farías haya sido el verdadero resorte de popularidad del himno informal de la ciudad puerto, explica también el que su versión del tema aparezca tempranamente en el conocido filme de Aldo Francia titulado “Valparaíso, mi amor”, de 1969. Otros artistas de los círculos porteños han seguido grabándola y tocándola en vivo con insistencia desde entonces, como el maestro Luis Alberto Martínez o J.C. y Los Crack del Puerto, entre muchos más que, en todos los casos, reconocen a Farías como el primer gran divulgador del tema musical. A Perú, en cambio, “La joya del Pacífico” llegó gracias a adaptaciones versionadas e interpretaciones hechas por artistas como Carlos Reyes Orué, probablemente hacia fines de los cuarenta o inicios de los cincuenta, además de las grabaciones que hizo de ella Eduardo Zambo Salas en los sesenta, siendo grabada por Barrios recién hacia 1970, hito con el que se internacionalizó arrastrando a la fama, en su letra, a la mencionada Plaza de la Victoria.
Las fechas, como se observan, favorecen ampliamente al Negro Farías como más probable e indiscutible impulsor de aquella canción en el puerto y su difusión más allá de este, inclusive.
De todos los personajes callejeros que podemos hallar en Chile, entonces, Farías no sólo fue uno de los más interesantes para la cultura popular, sino también un representante perfecto de lo que era aquella bohemia pintoresca de Valparaíso, que muchos nostálgicos consideran ya extinta, sólo imitada tenuemente por la oferta nocturnas de nuestros días. Solía ir paseando por esos barrios con faroles en el puerto y de cerro en cerro, ofreciendo sesiones de canto que hipnotizaban a los comensales de los más famosos boliches del circuito y hasta hacían llorar a las maquilladas. Por estas andanzas permanentes y periplos de noche a noche, fue conocido también como el Ruiseñor de los Cerros Porteños, luego de que un locutor lo llamara así en su momento de mayor popularidad dentro de los círculos de los vividores.
Gordito, de bajo tamaño y siempre con esos anteojos oscuros cerrando su rostro, Jorge había nacido en su amado Valparaíso el 6 de agosto de 1944, en un hogar sumido en la pobreza. Viviendo su infancia entre los cerros Alegre y Los Placeres, posteriormente se trasladó al barrio San Francisco del cerro Cordillera. Estaba casi predestinado a convertirse en un callejero quien, a diferencia de otros que no lograron dejar solidificados sus nombres, iba a obtener reconocimiento y sustento en el ambiente gracias a sus propios talentos, artísticos en este caso.
Sus inicios en el canto y la música fueron autodidactas: ya a los 12 años ofrecía por ferias, circos y fiestas sesiones de rancheras o corridos mexicanos, los que aprendía de las películas de ese origen y que estaban de moda en los cines populares de entonces. Tenía especial predilección por los temas que cantaba el actor Miguel Aceves Mejía, además. Tras esta experiencia y luego de una presentación en la Radio Presidente Pietro, Farías comenzó a perfilar su estilo “cebollero” y a hacerse su buen nombre entre los mismos locales que visitaba, mostrando una faceta más madura del artista con canciones que pasarían a incorporarse al legendario del puerto, con el tiempo. No parecía discriminar en las proporciones o capacidades del boliche donde llegara: desde el más pequeño y apretado contra la barra, hasta las salas más grandes y cómodas para el público nocherniego consumidor de tangos, valses peruanos, baladas, cuecas y boleros. Así, su voz profundamente emotiva y de entonación a veces trágica sonó por locales históricos como el Roland Bar, el Yako, el Cinzano, La Caverna del Diablo, el Liberty, el Bar Victoria o el American Bar.
Había una inclinación naturalmente triste y nostálgica en los repertorios que siempre prefirió Farías, tal vez reflejando las penas de una infancia difícil, de la que a veces le costaba un poco hablar. Su manifiesta afición por la bohemia de bares y cantinas, frecuentemente cantando de mesa en mesa y de local en local hasta altas horas de las madrugadas, no consintió en que pudiese tener una relación apropiada y de larga duración con la radio y las disqueras, opciones que podrían haberle permitido el gran reconocimiento que merecía en vida. Así, a pesar de tener un cancionero inmenso de temas que ofrecer en aquellas jornadas noctámbulas a luz de Luna, su discografía terminó siendo breve y modesta si enfatizamos que pertenecía a alguien de tanto público: diez discos, limitada a formatos de 45 rpm y un cassette como informa Marisol García, la misma autora del trabajo titulado “Llora, corazón: El latido de la canción cebolla”, en el sitio Música Popular (enciclopedia de la música chilena).
Revisando su viaje por la vida, vemos que Farías había ganado un festival de canto en el Complejo Deportivo “Osmán Pérez Freire” cuando sólo tenía 18 años. Poco tiempo después, tras ser premiado en otro concurso, esta vez de la Radio Caupolicán, pudo ir grabar su primer disco en Santiago en 1966 bajo sello de la casa Philips Records, en donde iban el vals “Arrepentida” y el bolero “Dime la verdad”. No pasó mucho para que grabase su siguiente disco con los temas “Qué más da” y “Más pierdes tú”… Dos producciones terminadas cuando recién tenía 22 años y que eran toda una promesa de futuro en el medio.
Pero “La joya del Pacífico” aparecerá con su voz en las pistas en 1967, tras iniciar una alianza creativa con el trío Los Diamantes del Sol. Ya venía paseando la canción por los bares, plazas y restaurantes porteños desde hacía un año cuanto menos, luego de escuchar en vivo la versión de un cantante peruano que, al igual que él, peregrinaba ofreciendo su voz de un restaurante a otro, y que en tiempos posteriores ha sido identificado como el artista Zambo Salas, también de los circuitos subterráneos de esos años. Farías confesaba haber modificado un poco el tema, sin embargo, para que sonara más elocuente y musicalmente más acorde al ritmo del vals peruano adaptado al porteño, además de cambiar la última parte de su letra reemplazando Torpedera por Cordillera, porque para entonces tenía una novia viviendo en ese cerro: “Cordillera de mi ensueño / Valparaíso de mi amor”.
Así las cosas, grabado el tema mucho antes que Barrios, el Negro Farías comenzó a dar sus primeras entrevistas importantes solicitadas por la prensa y a adjudicársele los elogiosos apodos que recibía aludiendo a su prodigiosa voz y capacidades de interpretación. Para muchos auditores fue, de hecho, un descubrimiento, y así popularidad llegó también a Santiago.
Farías también hizo una gran amistad con el guitarrista Ángel Lizama, su colaborador artístico, quien le regaló una composición titulada “Yo volveré a triunfar”, que dice en sus primeros versos:
Yo volveré a triunfar
porque mi orgullo y mi sangre me lo piden.
Voy a borrar todas mis viejas cicatrices.
un hombre nuevo hoy ha vuelto a comenzar.
Yo volveré a triunfar
porque mis manos cansadas me lo piden.
Voy a mostrarles que no soy payaso triste
que se ahoga en la penumbra del alcohol.
García observa también que todas las canciones que grabó Farías en los sesenta mantenían esas alusiones autobiográficas y dramáticas, cuales reflejos de una existencia sabidamente dura. Entre ellas están “Ya te olvidé”, “El bazar de los juguetes”, “Qué te importa cómo vivo yo”, “El gran tirano”, “Amigos del ayer” y “Oro y cobre”.
Jorge Farías, joven y con su característico fetiche de los anteojos oscuros. Fuente imagen: afiche del filme "Yo volveré a triunfar".
La Plaza de la Victoria de Valparaíso, en postal fotográfica de Carlos Brandt, hacia 1905.
El Negro Farías en las puertas de uno de los boliches de Valparaíso, ya más maduro. Fuente imagen: Spotify.
El maestro Lucho Barrios, en fotografía de uno de sus primeros trabajos discográficos.
Homenaje al Negro Farías en 2013, en la Plaza Echaurren a un costado de su sencilla estatua conmemorativa (ya coloreada). Esta última fue modificada y reparada varias veces, acabando reemplazada en 2021. Fuente imagen: Portal Soy Chile.
Sin embargo, las restricciones a la vida nocturna sobrevenidas de manera abrupta en los años setenta, sumadas a los problemas que ya venía arrastrando desde antes el rubro de la entretención nocturna en el país a causa de los cambios ambientales y de preferencias del público, acabaron dañando severamente la batería bohemia nacional y, en espacial, a la de Valparaíso, típica de puerto. El momento de popularidad de Farías se resiente, entonces, como el de muchos otros artistas de aquellos circuitos: de un momento a otro, todo el mercado artístico popular ha quedado delimitado entre actividades diurnas y, cuando no, a las clandestinas. Hombres, boliches y ambientes completos se derrumban en este difícil tránsito.
Lamentablemente, la soledad en que vivía Farías, mezclada con ese viento depresivo que siempre rondó alrededor de su maravilloso trabajo, se habían ido convirtiendo en sus más frecuentes acompañamientos para sus presentaciones en vivo. A veces, estas eran pagadas con cañas de vino, volviéndose así un bebedor en exceso. El sino trágico de los callejeros en Chile estaba cobrándose otra cuota, ahora con uno de sus más pródigos hijos.
Por otro lado, era sabido en la comunidad porteña y sus infatigables bohemios que Farías nunca se casó ni tuvo una relación real con el único hijo que se le conoció por entonces, el que ni siquiera llevaba su apellido, por lo que no había grandes bloqueos afectivos a su entrega total por la vida nocturna y sus placeres más suicidas. El hombre querido por todos y lleno de amigos en el puerto, en realidad sobrevivía en su drama personal de casi absoluta soledad y abandono, atrapado en su propia oscuridad profunda, de la que no todos estaban muy al tanto.
Sin apartarse del paso pausado por las calles de Valparaíso entre un local y otro, el cantor fue convocado por las colonias chilenas residentes en Europa en 1989, iniciando así una gira que lo llevó por Suiza, Francia, Italia, España y Alemania. En 1992 viajó otra vez, ahora acompañado por Lizama, visitando escenarios en Suecia, Dinamarca y Holanda. Sobre aquellos viajes y felices experiencias dice García que Farías se enorgullecía especialmente por haber podido colocar una rosa roja sobre la cripta del comediante Charles Chaplin, en el cementerio suizo de Corsier-sur-Vevey, pues era un gran admirador del actor.
Haber dejado atrás la época de las restricciones de reunión y los toques de queda vino a revivir parte de la clásica noche porteña, esa que antaño era tan suya. Sin embargo, las andanzas del alcohol y del trasnoche que había conseguido mantener incluso desafiando las situaciones políticas y sociales, le fueron pesando en los hombros y arruinaron por completo sus balances, sacándolo paulatinamente de la actividad en el puerto. Las calles que antes lo veían repartiendo su arte desde o hacia La Cuadra mítica del puerto, ahora sentían sus pasos tambaleantes, con él reducido al aspecto de cualquier pordiosero ebrio recogido desde la Plaza Echaurren o la misma Victoria. Totalmente arruinado y sin dinero, entonces, Farías comenzó a frecuentar el Comedor Solidario 421 de la Corporación La Matriz, tradicional refugio de indigentes, mendigos y personas caídas en la miseria. Con el tiempo, ese sitio se convertiría casi en su hogar.
Algunas de sus últimas presentaciones las hizo en el restaurante El Ascensor a la Luna, centro de reunión de los llamados guachacas del puerto. El entonces concejal y futuro alcalde del puerto, Jorge Castro Muñoz, insistió con insistencia y aplomo para que se le otorgara a Farías una pensión de gracia. No pudo conseguirla a tiempo, tristemente. La suerte del artista parecía echada a esas alturas.
La pobreza y la enfermedad tomaron el control de la vida del Negro, y así llegó el momento en que quedó postrado por la cirrosis, debiendo ser internado de gravedad en el Hospital Dr. Eduardo Pereira Ramírez (ex Hospital Valparaíso) en el cerro Delicias, el 9 de abril de 2007. Su agonía final fue igual que el resto de su vida: en soledad, sin familiares acompañándolo, ni recursos para sostener tan penosa situación. Fue el doloroso precio, además, de haberse apartado y desaparecido desde los que habían sido sus contextos existenciales, por aquellas razones de fuerza mayor que ahora lo tenían en este estado. Por eso, en El Ascensor a la Luna se organizó un show a beneficio buscando reunir el dinero necesario para pagar su hospitalización.
No se recuperaría esta vez, sin embargo. Farías, el trovador del puerto, falleció el 21 de abril de 2007, cuando su maltratado cuerpo no pudo resistir más tiempo. La noticia se conoció en horas de la madrugada, ya entrado el día siguiente y se le rindió un sentido homenaje en la segunda jornada de la Cumbre Guachaca en Santiago, a cargo del guaripola Dióscoro Rojas.
La desdicha enlutó sobre todo a Valparaíso, por supuesto, llenando a la ciudad de homenajes, discursos y minutos de silencio. “Se apagó la voz de un mito bohemio”, informaba “El Mercurio de Valparaíso” del día siguiente, repasando su vida y sus últimas desgracias. Aquellos escenarios urbanos por los que antes transitaba cargando sus penas y alegrías, ahora se colmaron sólo de dolor, con otros actos simbólicos en su honor. No hubo cantina ni bar en donde no se hiciera un brindis a su memoria aquel día. Y, mientras era velado en la Iglesia La Matriz, en el estadio de Playa Ancha se mantuvo el minuto de duelo antes de comenzar el partido entre Santiago Wanderers y Audax Italiano. La misa funeraria del día siguiente comenzó con su versión de “La joya del Pacífico”, con escenas de llanto entre varios de los presentes que recordaban sus mejores años.
De alguna forma, desde entonces Valparaíso nunca ha dejado de llorar al Negro Farías. Continúa siendo recordado por artistas, poetas, cantantes populares, cantantes consagrados, folcloristas y cultores de artes escénicas en general quienes, constantemente, se toman unos minutos para rendir homenaje al Ruisieñor del puerto, ya sea en festivales, clubes de música o los mismos boliches de choros de puerto que frecuentaba. El sincero convencimiento es que su ausencia no ha podido ni podrá ser reemplazada, de ninguna manera.
Como el puerto no ha podido resignarse a su pérdida, entonces, una estatua suya fue diseñada por el artista Henry Serrano y colocada en la Plaza Echaurren durante el año 2008, en el primer aniversario de su muerte. Quedó ubicada en pleno barrio puerto y cerca del Liberty, donde hizo otras de sus últimas presentaciones. Si bien tiene un estilo naif, la obra reproducía detalles característicos que identificaban a Farías, como sus prendas semiformales, anteojos negros y zapatos apropiados para el permanente deambular que llevaba por diferentes rincones del puerto. Se lo muestra sentado en la taza de un jardín con palmera dentro de la manzana, sitio que se ha vuelto lugar de encuentro entre artistas populares, además. Lamentablemente, la calidad humana local ha cambiado mucho ya desde los buenos años de Farías desplazándose por su plano urbano, y su representación ha sido objeto constante del menosprecio violento y del vandalismo tan mal agradecido, incluso con una versión nueva de la misma estatua, realista y de material más sólido.
En 2013, se lanzó un disco de tributo a Farías titulado “Yo volveré a triunfar”, alusivo a su canción-manifiesto. Editado por la Universidad de Valparaíso, incluía versiones de sus temas grabadas por artistas de otras generaciones, como Ocho Bolas, Matambre y Macha y el Bloque Depresivo. Existe también el Club de Amigos de Jorge Farías, que agrupa a artistas y exponentes culturales quienes realizan periódicos tributos para mantener cálida su memoria, dejando coronas conmemorativas de flores en la efigie de la plaza.
El 8 de abril de
2017, además, se dio inicio a la primera versión del Festival de la Canción
Popular “Jorge Farías”, organizado por el mencionado Club y por la productora cultural La
Bohemia en el Teatro Municipal de Valparaíso. Tuvo, entre otros invitados a su
escenario, al gran bolerista Luis Alberto Martínez, a Manolo Lágrima
Alfaro y al grupo Los Chuchos. El maestro Martínez, llamado el Último Rey del Bolero entre sus seguidores, ha continuado cantando los versos de "La joya del Pacífico" y otros temas que fueron del repertorio de Farías.
El festival ha seguido repitiéndose con invitados como Trío Inspiración, Los Crack del Puerto, María Cristina Escobar, Gino Ortiz, Claudio Silva Rey, El Diantre y Los Caballeros del Bolero, conmemorando así el legado del Negro y celebrando a toda la fascinante e histórica bohemia de Valparaíso… Esa bohemia cultural que también ha perdido, en lo que va del siglo, a varios otros de sus baluartes como el Café Riquet, la Botica Unión, el Bar Renato, la Bodega Pedro Montt, el Emporio Echaurren, La Piedra Feliz y la Librería Evans, aunque con algunos felices regresos a las pistas como el Cinzano y el Bar Inglés, locales que mantienen viva la llama de la esperanza.
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