FRANCISCO TABILO: EL MÍTICO LOCO PANCHO DE LA RECOVA
Un misterio urbano que nunca será resuelto, esta vez en La Serena, es el de Hendrix Alexis Francisco Tabilo Videla, apodado en las calles de la ciudad como el inefable Loco Pancho. Y se puede hablar de misterio, sin hipérboles, porque muchos aspectos sobre su origen e historia personal quedaron en el más completo enigma, al llevárselas a la tumba con todos sus demás aspectos ocultos, aunque propios de una existencia callejera y vagabunda.
La Serena ofrece
muchos personajes al tema de los personajes callejeros: desde el las visitas del Cristo del Elqui
expandiendo su extraño ministerio esotérico, hasta el mítico Burro Willy
con sus fantásticas gónadas suficientemente grandes como para recibir
autorización de complacer ganado hembra, según la pícara leyenda. En muchas formas, sin
embargo, el Loco Pancho paseó por el rango de ejemplo cultural pintoresco y divertido, aunque también el de otra típica folclorización e interpretación complaciente de una
persona enferma en situación de calle. No podemos negarlo: es una mirada que, por desgracia, a veces aleja más aún
la posibilidad de dar la asistencia correspondiente a estas personas no sólo por
tratarse de pacientes, sino porque sus propias vidas están en riesgo con el
modus vivendi de indigencia y vulnerabilidad sostenidas.
Los comportamientos de tan singular emblema callejero iban siempre entre lo delirante, lo gracioso y los chispazos de cordura que daban esperanza de algo normal todavía existiendo en lo profundo de sus capacidades mentales. Lucía una larga y enredada cabellera de color castaño, después ya entrada en canas, y una barba abundante que le proporcionaba esa serenidad cristiana de apariencias a veces engañosas y contrastantes, a medio camino entre un icono bizantino de Jesucristo y una imitación del asesino Charles Manson.
Su lugar de presencia diaria solía ser en los alrededores del famoso Mercado de la Recova, especialmente en el sector de calle Brasil, a espaldas del mismo, por supuesto que cargando con una infinidad de mitos tejidos con relación a su persona y sus apariciones allí. Se decía, por ejemplo, que fue un destacadísimo alumno de la educación superior quien, a la muerte de su madre, no pudo soportar la pena y cayó en los vicios de la calle y el aire libre. Otros serenenses preferían creer que era un heredero de fortunas familiares con una vida excéntrica, agregando que lo habían visto retirar enormes sumas de dinero con tarjetas propias en cajeros automáticos. También se aseguraba que Francisco había sido alumno brillante del Colegio San Antonio, que una profesora lo había ayudado a superar su depresión tras quedar sin madre o perder su familia, además de tratar de evitar que dilapidara su herencia.
No paraban allí las especulaciones sobre Tabilo: se agregaba a la historia que hablaba inglés fluido y que había estado en la Armada de Chile. Otros, en cambio, aseguraban que fue la oveja negra de una pudiente familia, la que decidió olvidarlo y no asistirlo más tras haber optado por una vida de vagancia y alcoholismo. Abonaba a estas últimas creencias y muchas otras sobre su supuesto origen acomodado el que siempre tratara de beber escrupulosa y caballerosamente en vaso, y no directamente en caja o del gollete, como otros indigentes.
Sin embargo, la mala “pinta” del indigente, como de Viejo del Saco con la nariz quebrada, a veces
asustaba a los transeúntes que lo desconocían, provocando así cierto temor
injustificado especialmente entre los turistas. La verdad, sin embargo, es que el Loco
Pancho era un sujeto bastante apacible, inofensivo más bien, pues aún conservaba
dentro de su misteriosa caja cerebral suficientes retales de cordura y cultura,
al menos los necesarios para no andarse metiendo gratuitamente en problemas con
la ciudadanía.
Probablemente paciente esquizofrénico, el Loco era bastante bueno para hablar cuando quería, mientras que en otras ocasiones era prácticamente mudo y apático como las estatuas de la Alameda. Solía iniciar conversaciones espontáneamente con la gente que le llamara la atención, entre ellos los viajeros que aparecieran por el barrio tomando fotografías o cargando mochilas, por ejemplo. Lamentablemente, en todas las ocasiones, a veces desde bien temprano en el día, lo acompañaba un inconfundible hálito alcohólico revelador del problema de adicciones que arrastró por tanto años y que sólo fue empeorando su ya difícil situación mental , hábito con el que convivió en todos sus últimos años.
Lo que más llamaba la atención de Pancho y quizá era la simiente de las leyendas más curiosas que se le prendieron a su vida, sin embargo, era la forma educada que tenía de hablar según quienes tenían la suerte de establecer diálogos largos con él. Era, al menos en alguna época, evidente que se trataba de una personas con cierto nivel de instrucción, además de mostrarse muy juicioso e inteligente en esas mismas conversaciones que lograba sostener con amigos y conocidos del barrio comercial, cuando no se alteraba su brújula.
A mayor abundamiento, afeitado y
apartado del alcohol, el Loco perfectamente podría haber lucido como un
hombre profesional o de buen pasar; con la vestimenta y maletín adecuados, además
de las palabras correctas saliendo de su boca, no se habría notado su larga condición de calle. En Coquimbo, de hecho, había
vecinos que recordaban haberlo visto como estudiante universitario antes que sus
problemas se agravaran y lo incapacitaran, lo que explicaría el aparente buen
nivel que parecía tener como base educacional... O tal vez se trate de otro de los innumerables mitos orbitando sobre el mismo.
El Loco Pancho en calle Vicente Zorrilla, con La Recova a sus espaldas. Imagen publicada en el portal noticioso "El Observatodo" en 2013.
Imagen fotográfica del famoso Loco Pancho sentado en las puertas de la Iglesia de San Agustín al lado de La Recova, en el diario serenense "El Día", publicada en 2013 avisando de su muerte.
Fachada de la Recova con su entrada principal y la explanada, en donde está fuente de aguas.
Pasaje de la Recova visto hacia el poniente. Se remonta a los orígenes del mismo mercado.
La última pasada del Loco Pancho por el territorio de La Recova, en fotografía de sus funerales publicada por el diario "El Día".
Quienes lo estimaban o simplemente se compadecían de él, solían regalarle monedas, bocadillos y bebidas para pasar el día, en especial los muchos comerciantes del sector de La Recova y sus calles laterales. Llegó a ser considerado todo un distintivo en este mercado, en donde era bienvenido por lo general, a diferencia de otros sujetos de la calle que intentaban meterse en el mismo recinto sólo para realizar fechorías o molestar a los concurrentes. Curiosamente, Pancho no era tan pedigüeño como suelen serlo otros indigentes majadera y permanentemente a la caza de limosnas: en ocasiones hasta entraba a locales del comercio sólo para saludar al personal que lo conociera allí y desearles un "buen provecho" a los que comían algo, costumbre tan arraigada entre los habitantes del Norte Chico.
Cuentan en La Serena que, con las escasas monedas que recibía de la gente, Pancho solía almorzar en la popular e histórica fuente de soda Oriente de Balmaceda enfrente de Domeyko, en donde pedía completos. Y, cuando no estaba fermentando en la calle Brasil o las afueras de la Iglesia de San Agustín, también aparecía por las iglesias del sector céntrico o las proximidades de la manzana del museo, recibiendo otras colaboraciones piadosas de los transeúntes.
Pancho solía deambular con su caja de vino o con una botella en las manos, a veces también de bebidas gaseosas, para pasar la sed post-farra. Sin embargo, cuando sus evidentes problemas psiquiátricos se mezclaban con sus cada vez mayores excesos de alcohol, comenzaron a desatarse los cortocircuitos neuronales y así empezaba a vociferar frases sin sentidos, a grito pelado en ocasiones y riéndose solo en forma escandalosa. Estas situaciones también fomentaban más miedo de que algunos ya le tenían al verlo en la calle, prefiriendo evitarlo por varios metros de distancia o hasta cruzar a la cuadra de enfrente.
Tristemente, el estado físico y mental de Pancho fue empeorando hacia el final de sus días,
y llegó un momento en que se lo reconocía sólo por estar asustando a la gente con sus
extraños e inexplicables comportamientos. Nos informan también que comenzó a desconocer a
muchos de los que antes saludaba con afecto o con los que dialogaba al paso, o bien se mostraba parco a quienes consideraba antes amigos dignos de cordialidad. A
sus gritos se sumaban sus misteriosos tics y movimientos reflejos que lo fueron
alejando poco a poco de la posibilidad de entenderse con la sociedad, pasando así del opaco al oscuro.
Quizá por
aquella misma razón y por el rechazo que despertaba en ciertas personas, en 2012 algunos
vecinos lo señalaron injustamente como el responsable del brutal apuñalamiento
de un perrito en el sector de calle Balmaceda. Lo cierto es el autor de
aquella agresión fue detenido en ese mismo lugar y momento de los hechos, por funcionarios de
Carabineros de Chile, individualizándolo como otro sujeto también con problemas
mentales, pero que nada tenía que ver con el querido e íntegro Loco
Pancho. Debió ser doloroso para él y su escasa cordura volverse objeto de semejante calumnia.
Ya en sus últimos años, sintiendo el peso de una vejez prematura acelerada por los vicios y el desgaste físico propio de las cercanías del medio siglo de vida enfrentados a aquellas duras condiciones ambientales, Pancho comenzó a hospedarse en servicios sociales. Alojó así en el Hogar de Cristo de La Serena, en avenida Juan Cisternas cerca de la Universidad, hasta donde se le veía caminando al caer las tardes, especialmente en los días más fríos. Era del todo claro que su vida, estaba transitando ya por el epílogo.
Cumpliendo con lo dictaminado en las crueles páginas del destino, el Loco Pancho falleció el domingo 11 de agosto de 2013, internado en el Hospital San Juan de Dios de La Serena, hasta adonde había llegado tras un súbito colapso en sus sistemas vitales. De inmediato la dirección de la sede local del Hogar de Cristo comenzó los trámites para ubicar a la familia y así retirar los restos desde la morgue.
Su muerte fue
anunciada en la prensa local y se lamentó su partida por varios días en las
redes sociales. Fue despedido por sólo unas 30 personas en la Iglesia de San
Francisco de Asís de La Serena, desde donde se llevaron sus restos hasta el
Cementerio Municipal. La mayoría de los concurrentes eran trabajadores de La
Recova, además de otros indigentes y floristas quienes arrojaron al paso de la
carroza una lluvia de coloridos pétalos, levantando carteles en donde le daban
el último adiós al pasar por última vez por aquel mercado.
En los no muchos años que han transcurrido desde su partida, se hace difícil ya saber cuánto de real o idealización hay en su recuerdo; qué es parte de su auténtica biografía y qué es ficción romántica. Sólo podemos cerrar advirtiendo que, como hecho curioso y profundamente simbólico, en la capota del automóvil que llevaba su féretro durante los funerales, alguien colocó una caja de vino tinto de popular marca, como la apropiada despedida al mendigo loco y eterno curadito de La Recova.
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