JUANITO, EL ERMITAÑO: UN ENIGMA HUMANO DE CUESTA LAS CHILCAS
No hay un auténtico monumento recordando al ermitaño allí en el paso de la cuesta Las Chilcas de la Ruta 5 Norte, cerca de Llay-Llay. Nunca lo habrá, probablemente. Sin embargo, es seguro que tampoco lo necesita: no existe viajero, camionero, ni residente de la zona que no sepa y recuerde la leyenda de Juanito, el solitario personaje que pasó a formar parte del folclore y las tradiciones orales de aquel sector de cuestas y montes.
Por años, Juanito fue la única forma de vida avanzada que habitó
permanentemente el curioso y a veces extraño lugar de la geografía central
chilena, con su cuesta de peñascos gigantes colgando sobre la propia autopista y
anunciando a los conductores que acaban de pasar desde la Región Metropolitana a
la de Valparaíso, en las puertas de la Provincia de San Felipe de Aconcagua. Se trata de un
paisaje casi primigenio, apropiado a las leyendas de brujos y huellas demoníacas
que enriquecen tal lugar, así como la historia de un mendigo que fue todo misterio.
De cabellera apelmazada tras décadas sin conocer peinetas ni champú y con enmarañadas barbas canas como la lana de oveja, el ermitaño se encontraba habitualmente en el kilómetro 76 de la ruta, por el tramo llamado El Puente de El Tabón. Tenía por habitación una especie de inmunda ruca ligera, con una colcha extendida sobre el suelo en pendiente, ubicada entre los grandes cubículos que suspenden la autopista por sus cimientos y a un costado de la misma, lugar al que se llegaba saltando barreras. En esta oculta guarida Juanito comía, dormía, quizá meditaba y contemplaba la inmensa noche estrellada de la región fascinando incluso a su perdida conciencia alguna vez de hombre cuerdo, ahora fundida con el paisaje de la naturaleza auténtica y ruda.
En ocasiones, el anciano salía a contemplar en silencio casi ceremonial el paso de los automóviles, o bien a recibir los regalos que le llevaban generosamente quienes lo conocían, especialmente los camioneros y vecinos de Llay-Llay: comida, galletas, sándwiches rápidos, bebidas, café, queso de cabra comprado en puestos de la misma carretera, dulces de La Ligua, etc. Se anunciaban tocándole la bocina y él tomaba sus regalos al paso lento de las máquinas, sin detenerse, o los recogía en un punto específico de la ruta en donde quedaban a la espera de su regreso. Funcionarios municipales y de Carabineros de Chile también se detenían constantemente para saber de su estado.
Uno de los pocos residentes de la zona con los que reaccionaba en forma familiar y amistosa, sin embargo, dejando de lado sus tendencias hostiles y agresivas dignas de un gato asilvestrado, era el señor Rolando Olmos, historiador independiente y artista folclórico de la zona. De hecho, él ha rescatado gran parte del recuerdo de Juanito, además de aportar algunas de las escasas imágenes que quedaron de él.
Otras veces, los choferes de paso por la cuesta llevaban hasta el ermitaño ollas o loncheras con alimento, frazadas y artículos de aseo o ropa, que él recibía siempre con su singular y meditabundo mutismo, casi indiferente. Si no estaba a la vista y los bocinazos no lo hacían salir de su inexpugnable escondrijo, en los años ochenta había un árbol junto al camino en donde quedaban depositados sus obsequios, como una permanente y diaria Navidad. Este simbólico y decorado arbolito, lamentablemente, fue cortado en tiempos posteriores ante la necesidad de aumentar el ancho de la calzada y la berma de la carretera.
Siempre actuando como si fuese un tímido y curioso animalito de uñas sucias, cargado del hedor de lo viejo e indómito y de la desconfianza de un puma montaraz, el ermitaño salía desde su cubil así, cada día, para recoger la comida y el agua con la que sobrevivía. Todas sus últimas décadas pudo vivirlas gracias a estas generosidades, inconsciente de estar convertido ya en una celebridad y en un personaje casi mitológico de la provincia. Bastaba esa poca interacción con los hombres corrientes, sin embargo, para que todos lo quisieran, siendo considerado un personaje completamente misterioso, enigmático y símbolo arcano del paso de Las Chilcas; casi un peaje obligado para los que le llevaban aquellos regalos para subsistir.
Juanito semejaba a alguno de esos maestros eremitas o anacoretas que renuncian espartanamente a todo, cortando su ligazón con la sociedad y sus reglas hasta en lo más ínfimo. Algo de Diógenes tenía, entonces: del original, no de esa confusa interpretación que se ha dado para el síndrome de acumuladores que lleva impropiamente su nombre. Algo había también del penitente Simeón el Estilita en él, procurándose la soledad y el aislamiento más radicales que le fue posible en su espacio equivalente a la alta columna de Siria.
Pertenecía así a una categoría de seres del paisaje, cerriles y hasta bravos cuando
se sienten provocados. Para ciertos forasteros, se volvía casi un desafío de
cada viaje el tratar de ver al ermitaño por las ventanas del bus o del camión de
paso por aquel sector, en algún rincón de su gran morada de piedras,
hallándoselo a veces en la cima de algunas de las descomunales rocas de este
lugar de la carretera, según recuerdan, como un soberano contemplando sus
reinos.
Aunque se cree que Juanito habría llegado allí en 1969, aproximadamente, fue durante la década siguiente que comenzó a hacerse popular en el resto del país, perdonándosele incluso sus ocasionales arranques de agresividad, dirigidos especialmente a quienes aparecían esperando fotografiarlo y más tarde filmarlo, pues detestaba las cámaras: solía arrojar palos a los intrusos que hicieran sentir invadidos sus dominios. No pocos extraños terminaron con un matonazo o alcanzados por un peñasco cuando trataron de acercarse más de lo prudente, entonces. En otras oportunidades, sin embargo, Juanito aparecía de mejor ánimo, haciendo un ademán como de querer saludar a quienes pasaban por allí, a un lado de la pista.
Nadie sabía a ciencia cierta su verdadera identidad y origen. Dada esta ausencia de datos biográficos, las leyendas sobre quién era y las razones de su presencia en tan inhóspita cuesta fueron cundiendo entre lugareños y visitantes. Sus dificultades para comunicarse con otros y su silencio escasamente roto por su voz ronca y anciana fomentaron fantasías sobre el mismo, llegando a tejerse toda clase de fábulas, algunas parecidas a las más frecuentes en los ambientes rurales del país. La más extendida creencia entre los locales aseguraba que el ermitaño había sido antes un próspero padre de familia caído en desgracia: un estanciero, un prestigioso médico o un empresario de Santiago o Valparaíso, quien había sufrido un terrible accidente en la misma cuesta de la que ahora no podía desprenderse.
A mayor abundamiento, se suponía que había perdido a toda su familia durante un viaje de verano, tragedia en la que perdió también el juicio y nunca se marchó del lugar. Otra versión decía que su culpa provocó el accidente en que murieron los suyos, por un descuido de conducción o bien porque se bajó del vehículo sin engancharlo ni poner freno de mano, a orinar o a tomar una fotografía según las fuentes orales; el carro se fue retrocediendo por la pendiente con sus pasajeros adentro, hasta desbarrancar. Además de alguna animita en el lugar, un aliciente a esta versión en particular de su historia pudo haber sido la presencia, por varios años, de los restos de un automóvil accidentado y quemado muy cerca de allí, algo que muchos interpretaban como aquel en el que se habrían despeñado sus seres queridos en ese trágico día.
Una de las más antiguas fotografías que se conservan de Juanito, en abril de 1980, según información (no confirmada) tomada también por su amigo R. Olmos, de Llay-Llay. Fuente imagen: RocanBolt.com.
La gran piedra
de la Pata del Diablo en Las Chilcas, verano de 1996. Fue la época de más popularidad para Juanito, pero también la de su muerte, en el año siguiente.
Fotografía de Juanito colgada en el complejo del restaurante Los Hornitos de Llayllay. Según la información con la que contamos, habría sido tomada por su amigo del mismo sector Llay-Llay, el investigador y artista popular R. Olmos, al igual que varias otras imágenes que quedaron del personaje.
Juanito reposando en su "cueva". Fuente imagen: Tambo Experiences.
En cualquiera de los casos ofrecidos por la tradición popular, se suponía el anciano se quedó viviendo allí como un mendigo en el lugar, incapaz de alejarse. Sus cabellos se fueron revolviendo, sus ropas quedaron cada vez más harapientas y sus pies gastaron los zapatos hasta quedar descalzos, acumulando desde entonces décadas de piñén y callos. Nunca podría abandonar el lugar de su dramática experiencia, entonces, averiándose la cordura por completo y quedando atado por el destino a la cuesta.
En los años noventa, con excursionistas y escaladores que entrenaban ya en lugares específicos del paso Las Chilcas como es la gran piedra de la Pata del Diablo, hacia el lado de la salida norte, aumentó la popularidad y la asistencia caritativa para el misterioso ermitaño, expandiéndose más todavía la leyenda de su supuesta tragedia. Dado que el sector en donde vivía en la cuesta era fácilmente identificado por su presencia, justamente, el primer tramo de uno de los trazados de escalamientos de la mencionada roca en el paso fue bautizado por los deportistas como la Furia del Ermitaño, en homenaje al personaje y a sus legendarios berrinches.
Curiosamente, también apareció en aquel período un viejo y desgarrado sillón abandonado allí junto a la autopista, entre su feudo de rocas y matorrales, de seguro arrojado como basura. Juanito se encariñó con el destartalado mueble: lo arrastró hasta otro lugar junto al mismo camino y lo usaba desde entonces como el trono de sus secretas potestades, para observar plácidamente el mundo desde sus íntimos delirios. Parece haber sido la más grande de las comodidades de las que pudo gozar en todos sus años allí, habitando tan solitariamente en la cuesta, resistiendo los fríos del invierno y el quemante calor del verano.
Hacia el final de sus días el ermitaño se había vuelto todavía más arisco y ya casi no aceptaba el acercamiento humano, ni siquiera de quienes intentaran ganarse su aprecio con los permanentes obsequios como zalamerías, reaccionando en forma esquiva contra todo aquel que invadiera su espacio de vida abajo de la autopista. Reporteros de un programa de televisión experimentaron en carne propia parte de esta reacción, al final de una entrevista al famoso mendigo quien comenzó a arrojarles cosas para que se marcharan.
En Llay-Llay contaban, en tanto, que muchas manos desprendidas intentaron ayudar a Juanito y en diferentes ocasiones, intentando sacarlo del peligroso abandono en que se hallaba a su avanzada edad. Lamentablemente, jamás aceptó retirarse de allí. Se recuerda, por ejemplo, de un escándalo que habría hecho en un centro médico al que fue llevado a la fuerza, causando gran batahola y molestias para luego huir y regresar a su escondrijo de siempre.
Las rutinas del ermitaño continuaron en aquella década, siempre
sobreviviendo de la generosidad de los viajeros, camioneros y lugareños. Un día
de aquellos, sin embargo, los conductores comenzaron a notar que se habían
acumulado demasiados regalos y caridades para él al costado de la autopista en
el sector donde pernoctaba, sin ser retirados. Al principio no alertó mucho la
situación, pues se recordaban períodos en que el ermitaño se hacía menos
visible, desplazándose más al interior del mismos sector geográfico y retornando
al poco tiempo... Sin embargo, llegó el momento en que se confirmó el peor de los temores.
Al haber pasado los días y no presentarse novedades con el personaje, se estimó la situación como una señal inequívoca de que algo malo sucedía y así fue como alguien tomó la iniciativa de bajar al costado del camino, para verificar su estado. Juanito fue encontrado fallecido en junio de 1997, exactamente bajo la curva donde vivía. Cerca de 30 años como leyenda viviente de este lugar, morando en el enigma de Las Chilcas, habían llegado a su fin.
El cuerpo fue retirado del lugar y la noticia corrió veloz por los caminos y las rutas de los camioneros y choferes de buses. Los informes tanatológicos precisaban que había perecido víctima de una noche muy fría, muriendo por congelamiento. Nada sorpresivo ni inesperado había realmente en esto, por desgracia. Sus funerales fueron un evento masivo en el cementerio de Llay-Llay: pocos compatriotas anónimos han tenido despedidas tan significativas, cargadas de coronas de flores y deudos en cortejo. Los reporteros de prensa y televisión llegaron también a cubrir las exequias, informando de ellas en los noticiarios.
La comunidad de residentes y viajeros que lo conocían se sintió conmocionada con la partida del guardián de Las Chilcas. Durante varios días que siguieron al duelo, los transportistas que pasaban por el lugar hacían sonar ruidosamente sus sirenas y bocinas en ambos sentidos de la carretera, justo por ese tramo en donde solía aparecer el ermitaño en la cuesta. Alguien colocó junto al camino un cartel escrito a mano instando a tocar la bocina como saludo de despedida, y el rito se extendió así por años, inclusive, pues la señal perduró allí mucho tiempo, sumándose también los choferes de vehículos livianos.
Una investigación posterior basada en sus huellas digitales permitió determinar de manera póstuma cuál había sido la verdadera identidad de
Juanito, aunque no se detalló mucho al respecto ya que su nombre se mantuvo en
reserva, de modo que no hay total seguridad de los datos filtrados. Cierta versión señala a un señor llamado Luis González, por ejemplo: se habría tratado de un jornal y obrero
aparentemente oriundo de Los Andes, quien trabajó muchos años antes en las obras
de la misma Ruta 5 Norte y que podría haber tenido alguna relación con la
construcción de este mismo tramo en Las Chilcas, por extraña ironía. Otra versión lo identifica como un tal Juan G. Arancibia sepultado en Llay-Llay o algún otro cementerio de la cuenca aconcagüina.
Sin embargo, las revelaciones y especulaciones sobre el verdadero hombre detrás del mito no
pudieron cambiar la extensión y el romanticismo de su leyenda en la misma provincia de Aconcagua. De alguna manera, la comunidad se resistió a acatar su
partida y a aterrizar su leyenda sobre suelo profano, compensando con el recuerdo la triste y no
asumida ausencia con la perpetuación del folclore oral alrededor suyo. Por esto
se ha insistido en la fábula del médico que habría perdido a su familia allí en la
cuesta, y hoy pueden apreciarse también algunas fotografías suyas en locales
comerciales de Llay-Llay y alrededores, como en la popular “picada” de viajeros
del restaurante Los Hornitos, en la salida norte del paso de Las Chilcas. Sigue siendo una celebridad y parte de la identidad local, entonces.
Como no podía ser de otra forma, además, la leyenda de Juanito continuó creciendo y nutriéndose desde su muerte, aunque adquiriendo infaltables matices oscuros. A las historias ya conocidas sobre él se han sumado otras sobre supuestos accidentes ocurridos en su presencia, otras de ser un brujo que perdió algún duelo con el Diablo o de cargar con cierta fama de gafe o pájaro de mal agüero, tomadas y difundidas por gente que ni siquiera alcanzó a conocerlo o vivió en la zona. También especularon algunos que Juanito asesinaba perros vagabundos para comerlos y otras fantasías difíciles de creer, partiendo por el hecho de que nunca le faltaron las mencionadas provisiones que regalaban las manos caritativas. Otra fantasía dice ahora que era un millonario excéntrico y avaro resguardando cada peso de su fortuna hasta enloquecer u ocultándola en algún secreto lugar de la cuesta y cuya ubicación habría olvidado… En fin: chismes considerados patrañas por camioneros y choferes habituales de la zona, en todos los casos, además de quienes lo conocieron en vida.
Han existido proyectos cinematográficos y de nunca instalados memoriales para Juanito el ermitaño, salvo por algún arbolito decorado improvisadamente en el camino, cerca del sector que habitaba. Hay hasta una pieza musical en homenaje al inmortal y arcano personaje de Las Chilcas, sonando por ahí. Su recuerdo ha quedado marcado a fuego sobre todo en el mismo lugar donde se hiciera conocido, sin embargo, totalmente vigente aún y después de tantos años desde que partiera de este mundo.
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