LA HUELLA DEL COJO ZAMORANO EN EL SANTIAGO DEL CENTENARIO

 

Como resultado del escenario social que sobrevino con el estallido de la Guerra del Pacífico en 1879, especialmente tras el entusiasmo popular provocado por la doble epopeya del 21 de mayo en Iquique, la atenta población chilena exigía información diaria sobre el desarrollo del conflicto bélico en el norte. Proliferaron, así, los vendedores de periódicos en las ciudades, especialmente niños diareros o suplementeros, así llamados porque repartían los suplementos noticiosos que, cada cierta cantidad de horas, largaban a las calles las principales casas periodísticas con las buenas y malas nuevas. Estos personajes fueron llamados canillitas, además, por una posterior importación desde el lunfardo argentino, popularizándose también la impropia denominación periodista para aquellos que trabajaban en la producción y venta de periódicos, incluidos los kiosqueros y voceadores de titulares.

Pocos recuerdan ya, por ejemplo, que el famoso personaje Papelucho de las novelas infantiles de Marcela Paz, las que comienzan a aparecer desde 1947, había nacido tiempo antes y precisamente como un representante del gremio de los suplementeros, inspirado en aquellos pequeños trabajadores. De ahí su nombre, de hecho. Papelucho debutó así en “Palomilla brava” de Víctor Domingo Silva, obra de 1923 en donde el chiquillo se encuentra en el Valparaíso de plena época del estallido de la Guerra del 79 y, a partir de ese momento, se dedica a vender suplementos de los diarios “La Patria” y “El Mercurio”.

Uno de los históricos vendedores de diarios en ciudades que, cronológicamente hablando, perteneció a esa generación original de periodistas del siglo XIX difundiendo las noticias de actualidad al día, fue don José Miguel de Zamorano y Pérez, más conocido como el Cojo Zamorano. Mencionado por cronistas que van desde Joaquín Edwards Bello hasta Roberto Merino, se trataba de un popularísimo personaje con varias apariciones en revistas hacia los tiempos del Centenario Nacional, quien tenía su puesto o "librería" al exterior del elegante primer Portal Fernández Concha de Santiago, afuera de la Cigarrería Izquierdo y a pasos de la Plaza de Armas.

Al egregio Zamorano, hombre astuto pero a veces rudo, le faltaba la mano derecha y usaba una pata de palo en lugar de la pierna izquierda, producto de uno o más accidentes en tiempos de juventud, aunque nunca pareció muy claro el por qué y cómo. Era un hombre grueso, de tamaño bajo, con rostro regordete y risueño, digno ejemplar de los impulsores del rubro y quien estuvo más de 50 años ininterrumpidos trabajando allí, hasta que la muerte decidió su hora. El entonces celebérrimo vendedor de diarios y revistas, siempre de sombrero y sin duda uno de los personajes más famosos de su época en la capital, tenía implementado el sencillo local con mesón, algún anaquel y silla propia, justo por la salida oriente del pasaje en el portal, capeando el sol a la sombra del edificio. Era una de las esquinas más transitadas del Santiago de entonces, en donde se hallaron también famosos centros de reunión social como el Casino Pinaud, que existía en el mismo pasaje. Esto, sin duda, contribuyó a la extraordinaria popularidad que llegó a gozar el personaje.

Siendo así de conocido, entonces, el Cojo aparece mencionado también el "Croniquillas" de Félix Rocuant Hidalgo, en 1900, mientras que Fernando Santiván dirá algo más de él en sus "Obras completas", cuando se refiere al lanzamiento de la revista "Pluma y Lápiz" que circuló de 1900 a 1904:

El Cojo Zamorano, el rey de los suplementeros, antiguo amigo nuestro, proclamaba a gritos con su ronco vozarrón, de pie sobre su pata de palo, en medio de un montón de Pluma y Lápiz, en la esquina del Portal Fernández Concha, calle Estado, que era la mejor revista de Chile y "que los pijes de Zig-Zag se iba a fregar, no más" con la llegada de esta nueva estrella al cielo del periodismo santiaguino.

Aquel apodo del Rey de los Suplementeros fue compartido por otros autores como José Santos González Vera. Y la misma gaceta, que a la sazón se vendía en todos los kioscos del portal, en su edición del 27 de enero de 1901 decía en un interesante artículo dedicado a los suplementeros y firmado con el alias Zanetto y Muelas, tal vez pagando las lealtades del comerciante para con la revista:

Háilos también, formales y con puesto fijo como el afortunado cojo Zamorano, que reúne una casería de lo más distinguido, y una entradita que envidiarían más de cuatro escritores-periodistas.

Zamorano en su puesto, acompañado por un niño, probablemente uno de los canillitas asistentes, en la revista "Teatro y Letras" del 1 de noviembre de 1909.

Retratado para la portada de "El Peneca", 1 de agosto de 1910, en plenos preparativos de las fiestas del Primer Centenario Nacional.

El Cojo Zamorano y su "librería", en "El Peneca" del 1 de agosto de 1910.

Escenas cotidianas del Cojo Zamorano en entrevista de la revista "Sucesos", 4 de septiembre de 1913.

Por su parte, Jorge Coke Délano lo recordará en sus memorias "Yo soy tú",  aportando más detalles para el recuerdo del curioso personaje:

"El Cojo Zamorano", cuya inmovilidad y "mote” se justificaban por haber perdido la pierna izquierda, reemplazada por una descomunal pata de palo -había perdido también el brazo derecho-, era el decano de los suplementeros de Santiago. Durante más de cincuenta años administró su puesto de diarios y revistas, ubicado en la calle Estado a la salida del Portal Fernández Concha.

Los "futres" (palabra que hoy ha sido substituida por "pitucos") acudían a él cuando necesitaban un préstamo en dinero. Los más "empingorotados" personajes eran sus clientes, que gustaban oír de sus labios las "bolas" del momento (hoy "copuchas”).

Zamorano, mantuvo a la vista de los peatones allí, sobre su muestrario y colgando de cuerdas, los últimos ejemplares de los diarios del período 1900-1920: "El Mercurio", "El Ferrocarril", "El Chileno", "La Ley", "Las Últimas Noticias", etc. Las revistas principales del puesto eran "Pluma y Lápiz", "Zig-Zag", "El Peneca", "Instantáneas", "Arte y Teatro", "Sucesos" de Valparaíso, entre otras. Alcanzó a compartir también su época con otras excéntricas celebridades de Santiago Centro, como el Acetileno, una especie de predicador de entonces con sombrero tipo vendedor de motemey parecido al suyo, y chalina al cuello incluso en días calurosos; y don Salustio Sánchez Oteíza, el Incandescente, y quien solía ir en las tardes con su célebre sombrero colero hasta las inmediaciones de la Plaza de Armas, justo por donde se encontraba el Cojo Zamorano.

Lo recién comentado se confirma, por ejemplo, en los recuerdos del director teatral y revisteril Rogel Retes, vertidos en "El último mutis":

Veo a través de mis recuerdos la inconfundible figura del "Incandescente", que al sonar el cañonazo de las doce atravesaba del portal Fernández Concha hacia la calle Merced con su clásica levita y sombrero de pelo; al "cojo Zamorano", en mangas de camisa instalado en la esquina del Portal con Estado exhibiendo su pata de palo y un sombrerito de paño de alas muy cortas, vendiendo sus diarios.

Zamorano era tan reconocible y querido entre los santiaguinos que hasta fue representado como personaje en la obra de zarzuela "Siempre pa'atrás", reescrita y estrenada por la Compañía de Juan Zapater en el Teatro Variedades. El espectáculo fue presentado exitosamente durante 50 noches consecutivas allí, "siendo entonces en ella el tipo maestro, el más genuino, su eje puede decirse, la popularísima figura del diarero Zamorano, que Zapater encarnó con perfección tal, como no se le ha visto otra semejante", diría el periodista y autor dramático Miguel A. Gargari en la gaceta "Arte y Teatro" de mayo de 1909.

La revista infantil "El Peneca", por su parte, le dedicó al personaje la portada de su edición del 1 de agosto de 1910. Aparece eon una fotografía suya de cuerpo entero (o casi entero, como el original), apoyado en sus rumas de revistas, y acompañado por los siguientes versos:

El insigne Zamorano,
periodista soberano,
Mira a lo alto y no hacia abajo:
mas no escribe en su trabajo
Porque le falta... una mano.

En sus páginas interiores, en tanto, la misma edición incluye un texto titulado con su apellido y firmado por Inés Espejo Díaz. Se trata de una colaboración para la revista en donde leemos:

Ayer tarde fui con mi mamá al centro a comprar ciertos artículos para la casa.

De pronto, al pasar por el Portal Fernández Concha esquina de Estado, compro "El Peneca" al simpático cojo Zamorano, como cariñosamente llaman a este inválido que ha sabido descubrir el secreto para ganarse honradamente la vida sin necesidad de recurrir a la caridad pública como hacen tantos que deberían trabajar.

El contacto con los hombres de las diferentes capas sociales, de las damas, de los jóvenes, de los políticos y estudiantes que acuden a su tosco escritorio, en busca de los diarios, han hecho de Zamorano todo un personaje. Allí en la acera poniente de calle Estado formando ángulo con la Plaza de Armas se le ve, sin que falte un solo día, desde la salida hasta la puesta del sol, sentado sobre un tosco cajón de madera, cuando no de pie, apoyando airosamente sobre su pierna de palo al lado de su otro inseparable cajón en que tiene para expender cuantos diarios y revistas salen a la luz en Santiago y Valparaíso. Tal es José Miguel Zamorano, el cojo y manco del Portal Fernández Concha, periodista como él dice, que no ha entrado, sin embargo, al Círculo de Periodistas.

Todos lo quieren porque es en realidad digno y honrado y hartamente trabajador.

¡Viva, pues, Zamorano!

Sin embargo, a pesar de las adulaciones de la redactora para el orgullo del señor Zamorano, la verdad es que no todos derramaron elogios sobre él. González Vera, escritor anarquista, buen conocedor de la bohemia santiaguina de aquellos años y con grandes rencores hacia el abuso de clase que él mismo había experimentado en carne propia, abordó su impronta con una mirada mucho menos complaciente que otros memorialistas, particularmente en los recuerdos que plasma en "Cuando era muchacho":

Se le tenía por rico. Al anochecer subía en una victoria y desaparecía. De día estaba sentado tras su mesón, en una silla ancha, resistente, y comía allí mismo tal un sátrapa, a la vista de dos muchachos, suplementeros famélicos, que le servían para traerle los periódicos y acercarle cuanto necesitase. Los fascinaba a pura injuria y, si no lo atendían rápidamente, volaba su nudoso bastón y su rostro se tornaba fiero y las palabrotas, que profería en serie, alelaban.

Cabe comentar que, más cerca de nuestra época, el historiador social Jorge Rojas Flores ha traído de regreso parte de la huella de Zamorano pero compartiendo también parte de la observación crítica a su figura, como la ofrecida por González Vera. Lo hace en su obra titulada "Los suplementeros. Los niños y la venta de diarios. Chile, 1880-1953".

Otras imágenes de una jornada del suplementero, en la revista "Sucesos", 4 de septiembre de 1913.

El Rey de los Suplementeros volviendo a casa en su victoria, al final de un largo día de trabajo. Imagen publicada en la revista "Sucesos", 4 de septiembre de 1913.

Durmiendo su siesta tras los banquetes que devoraba con vino tinto en su propio puesto durante la hora de almuerzo, en fotografía de 1913. Imagen publicada posteriormente por la revista "Sucesos" del 25 de noviembre de 1915.

Zamorano en vacaciones, con un grupo de gente en una mansión de Cartagena, en revista "Zig-Zag" del 2 de marzo de 1918.

La revista "Sucesos" en más de una ocasión se refirió a Zamorano en sus páginas. En su edición del 4 de septiembre de 1913, por ejemplo, aparece entrevistado por y reportero que usa el alias Scout, deslizando allí la idea de que las rivalidades del oficio lo privaron de algunos reconocimientos: "dígame, amigo, Scout quién es capaz de ponerse a la altura de mis zapatos en cuestiones de economía", comenta a su entrevistador, agregando también: "Fíjese que ayer vino a pedirme un consejo el canciller Villegas sobre el asunto del internuncio", refiriéndose al ministro Enrique Villegas Echiburú. El reportero deja a la vista, además, que al gordo vendedor le gustaba refrescarse con una taza de mote y usaba un lenguaje de hombre de origen popular para responder. "Yo, señor, soy el único en este país, que no mete la pata porque siempre me fijo donde piso y escojo el terreno que más conozco".

Aunque hay algo de imaginación en el artículo de marras, Zamorano decía allí que incluso el presidente Ramón Barros Luco ("don Ramón") le debía el pago de algunos "monos": tres ejemplares de "La Mañana" ("mañanas") y diez "Las Últimas Noticias" ("últimas"). Aseguraba también que era amigo de los socios del Club de la Unión y que, a veces, aparecía en el lugar cuando quería fumar puro. Y continúa la extraña entrevista:

-Que no es oro todo lo que reluce. No hay pije que no me haya pasado por el aro. Hay dos negocios malos en Santiago, la venta de periódicos y la sastrería. Aquí todo el mundo lee y se viste gratis.

-Pero, Zamorano, así lo van a quebrar el día menos pensado.

-¿Todavía quiere que esté más quebrado?

-¡Hombre! si no es alusión persona. ¿Y qué opinión tiene usted formada de los periodistas?

-Mire, mejor que no hablemos de eso porque usted sabe que yo pertenezco al gremio y no quiero que me tomen mala voluntad.

-¿Tan grave es el asunto?

-Cuando le digo que tengo que ponerme un candado en la boca. Supóngase que yo dijera lo que sé, ¿de a dónde cree usted que iban a sacar piernas para correr?

-Zamorano, usted sabe que respeto su discreción.

Posteriormente, en la edición del 25 de noviembre de 1915 de la misma revista, refiriéndose ahora un articulista a los calores que golpeaban Santiago en esos días y llegando a los 34°, saca al baile al Acetileno, al Incandescente y al mismo prócer de la venta de diarios en el Portal Fernández Concha:

En la Plaza de Armas cientos de personas se guarecen bajo el verde follaje de los árboles añosos, de los rayos solares que pretenden derretirnos la masa encefálica. Unos duermen, otros cabecean y uno que otro repasa por centésima vez las noticias de la guerra. En la esquina del Portal el ilustre D. José Miguel de Zamorano y Pérez, después de un formidable almuerzo, que ha regado con abundante vino, se duerme y ronca sin importarte un ardite la gente que desfila frente a su "boliche", sin descanso de la mañana a la noche. Los grandes hombres son así.

Como se indica, cuando Zamorano sentía hambre solía sacar su colación y comenzar a comer en el mismo sitio, convirtiendo su puesto en un pequeño restaurante personal. El reportero de "Sucesos" lo vio devorando "una soberbia gallina fiambre contemplando con sus ojillos burlones el destile de transeúntes que lucían sus espléndidos trajes domingueros". No exageraba él ni otros periodistas, además, al decir que le echaba un buen jarro de vino a su banquete, comenzando a roncarse después una breve siesta, mientras "la venta de los periódicos se hace sola", gracias a la honradez de sus clientes y los que fiaban periódicos.

Si bien el Cojo solía quejarse de las ingratitudes y sacrificios que exigía el rubro, así como también criticaba con frecuencia a las elites y la "burguesería" según comenta Edwards Bello, él claramente conocía la prosperidad y no sólo por permitirse andar prestando dinero. Por esto, si bien su puesto era modesto y sin muchas comodidades, están a la vista los comentarios de la revista "Pluma y Lápiz" sobre lo respetable de su local, ya revisados. Además, ya al final de cada jornada, en las horas oscuras, el singular comerciante se retiraba a su madriguera en su pequeño pero elegante carro victoria propio, de color oscuro y con faros laterales, conducido por un cochero. Los caballos la tiraban perdiéndose por un olvidado Santiago de adoquines y fachadas neoclásicas, hasta el día siguiente.

Durante sus escasos descansos laborales, además, el Cojo se permitía viajar a balnearios como Cartagena, en pleno apogeo aristocrático del lugar. Existe una fotografía de 1918 sobre uno de estos veraneos en la ciudad costera, publicada en la "Zig-Zag" del 2 de marzo: aparece vestido con un poco más elegancia que en su lugar de trabajo (sólo un poco, recalcamos), en la entrada de una suntuosa mansión como las varias que hubo allí en el pasado, entre un grupo de otras personas.

Tras completar medio siglo o más ofreciendo sus periódicos y otras publicaciones, convertido en todo un icono de Santiago en Estado llegando a Plaza de Armas, la muerte tocó al querido suplementero sin hallar relevo para su famoso local. Coke dejó más detalles sobre la partida del vendedor:

Todas las noches llegaba un "fiacre" a recogerlo, conduciéndolo a su domicilio junto con el sobrante de los periódicos. A su muerte, dejó una envidiable fortunita; pero su "puesto" no tuvo sucesor.

Al ser retirado el cajón que le servía de mostrador, pude comprobar la existencia de un profundo agujero en la acera. Era el efecto del roce de su pata pata de palo durante más de medio siglo

Como era de esperar, el Cojo Zamorano ha sido prácticamente olvidado ya, pero pasando a la categoría de los muchos fantasmas históricos que seguirán vagando etéreos, acaso por toda la eternidad, en la ciudad de Santiago.

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