MARCOS VALENZUELA: EL ÚLTIMO FOTÓGRAFO DEL CERRO SANTA LUCÍA

Marcos Valenzuela Rodríguez era un personaje inconfundible en Santiago Centro: siempre ubicaba su vieja cámara minutera y de pedestal con patas en el sector de la Plaza Benjamín Vicuña Mackenna, a los pies del Cerro Santa Lucía y muy cerca de la pomposa estatua del intendente que diera vida al paseo del mismo lugar. Allí, a la sombra de los viejos árboles que había visto crecer desde que eran arbustos, ofrecía a los turistas un recuerdo fotográfico de su paso por la capital chilena.

Sorprende saber que don Marcos hizo sus rutinas en la misma plaza por cerca de 70 años, toda una vida consagrada a las artes de la fotografía popular, de la que llegó a ser uno de sus principales exponentes en el país. No tenía problemas en compartir su espacio con otros trabajadores del oficio, pero parece haber sido el que estuvo más tiempo en ella y acaso el último que permaneció allí, de cara al desaparecido Cine Santa Lucía y vecino a los edificios de la Biblioteca y el Archivo Nacional.

En algunas ocasiones, don Marcos anduvo también por las terrazas de cerro, cerca de las fuentes ornamentales. Hubo varias oportunidades en las que trabajó a pedido, además. Y como muchos otros colegas de su romántico oficio ya prácticamente extinto en nuestros días, solía vestirse de un impecable delantal blanco, sorteando los rayos de las tardes más calurosas bajo el ala de su sombrero gris, un fetiche en su identidad y que lo hizo siempre reconocible. No fue suficiente para que sus rasgos pálidos se fueran tostando al sol de cada día, sin embargo, tornándose su piel un poco más morena ya en las últimas décadas de su existencia, como sucedía a muchos colegas de la cámara minutera.

Señor de modos cordiales y elegantes, el fotógrafo de la plaza y el paseo Santa Lucía tenía el estilo de un verdadero gentleman, de voz pausada y trato afable cargado de cierta galanura señorial, a lo caballero clásico. Andaba frecuentemente de corbata, durante casi todo el año a decir verdad, dignificando su trabajo. Aseguraba que no bebía alcohol ni fumaba, y que su vida había sido siempre bastante sana, permitiéndole esto el don de la longevidad y la buena vejez en la que seguía activo a avanzada edad.

Don Marcos había nacido en Iquique, en el año 1908, muy cerca de cuando se inauguró en la plaza que vería pasar su vida de fotógrafo el Monumento de don Benjamín Vicuña Mackenna, hecho por el francés Jules-Félix Coutan, quien fue capaz de superar al mismísimo escultor Auguste Rodin con su propuesta ante la última comisión electora de la obra. El destino ya quería unirlo entonces con este distante sitio verde de Santiago, según parece.

Vivió parte de su infancia en Temuco, ciudad en la que su padre también fotógrafo, lo inició en estas artes “a la antigua”, cuando tenía solo 14 años. Posteriormente, llegó a trabajar a Santiago y se instaló en el Santa Lucía hallándose todavía en tiempos tempranos de su vida: tenía 16 años cuando abrió el trípode de su cámara de cajón allí en la plaza por primera vez y solo, en 1925. Su padre le había conseguido el primer permiso municipal con el que contó para realizar su oficio en la misma área verde, sin saber que se perpetuaría en ella.

Su preciada cámara de cajón había sido confeccionada a solicitud suya por un carpintero y mueblista del ambiente: era casi enteramente de madera y tenía una lente de factura alemana con fuelle, a la que adicionó el sistema de la caja oscura. Le agregó también una placa de bronce con el nombre que daba cariñosamente a su instrumento: La Instanta, por la marca de un modelo de placas fotográficas con las que trabajaba en ella.

El fotógrafo y su cámara fueron testigos de los cambios de la ciudad, desde ese lugar donde no faltaba y que lo convirtió en parte de la simbología urbana santiaguina. Recordaba siempre cuando, en sus inicios, la Alameda de las Delicias tenía una acequia con agua corriendo por el costado y los magníficos edificios que había enfrente de la plaza, como el templo del monasterio del Carmen Alto y los suntuosos palacios de la entrada de calle Carmen. También vio desde su sitio la intensa actividad de los tranvías y los trolebuses, desplazados después por el sistema de microbuses, además de las transformaciones del acceso al cerro en los años cuarenta, y la construcción del paso bajo nivel de calle Santa Lucía hacia Diagonal Paraguay, dos décadas después. Como muchos personajes históricos del sector, fue crítico de la distancia que puso esta modificación vial entre el cerro y la plaza, dejándola como dos hermanos separados a la fuerza por aquella modificación radical de la vialidad.

Don Marcos también vio crecer algunos de los principales grandes árboles de la Plaza Vicuña Mackenna: comentaba, por ejemplo, cuando el enorme pino que aún existe allí fue trasplantado en el lugar siendo un pequeño arbolito, llevado por los trabajadores en un tarro de parafina a modo de macetero; y otro al que la entonces alcaldesa de Santiago, Graciela Contreras Barrenechea, le echó la primera palada de tierra cuando era menos que un arbustillo, hacia 1940.

El veterano fotógrafo llegaba así cada mañana hasta su lugar desde los barrios de la Gran Avenida José Miguel Carrera, para concretar una nueva jornada de retratos de chilenos y extranjeros que solicitaran sus servicios. Su jornada iba desde las nueve de la mañana hasta que oscurecía, cerca de las ocho de la tarde y dependiendo de la estación del año. Sólo en los días de lluvia se ausentaba, más que por la incomodidad de trabajar en estas condiciones, debido a la ausencia de interesados que quisieran pararse enfrente a su lente fotográfico en aquellas circunstancias.

Imagen del archivo fotográfico histórico de Chilectra, tomada el ocho de agosto de 1932, donde se observa el acceso por Alameda al Cerro Santa Lucía.

Antigua imagen del cerro Santa Lucía sector de la Terraza, en una de las postales que vendían también los fotógrafos de las plazas al pie del paseo.

Don Marcos, cuando contaba ya con 80 años de vida, 62 de los cuales había ofrendado al oficio en Plaza Vicuña Mackenna. Fuente imagen: diario "La Tercera", 1988.

Su clientela era enorme en los mejores años del oficio, cuando las cámaras fotográficas eran escasas y difíciles de conseguir a nivel doméstico. En alguna entrevista contaba que incluso retrató, alguna vez, a un embajador de Italia y su familia cuya residencia quedaba cerca de la plaza. Eran los tiempos es que la Plaza Vicuña Mackenna tenía mejor cariz que hoy, por supuesto, recibiendo importantes visitas como una prolongación del paseo del cerro.

La entrada de dinero era constante a la sazón. De hecho, en su más activo momento don Marcos mandó a hacerse dos cámaras: una en Santa Rosa y otra en Gran Avenida, en un taller cercano a su residencia. También tenía a la venta algunas viejas postales del cerro y la plaza, de esas que adoran los coleccionistas. Algunos de sus clientes le llevaban negativos para que él los ampliara, especialmente en el caso de placas y películas muy viejas, de esas que las casas de revelado ya no eran capaces de pasar a positivo, por lo que su servicio fotográfico llegó a ser bastante expandido, después de todo.

Pero la debacle de su oficio se aproximaba, comenzando a hacerse patente en los años ochenta. El negocio de la fotografía popular y clásica blanco y negro empezaría a decaer, y el rubro ingresó a la pendiente inclinada hacia la desaparición inminente, destino medianamente visible ya entonces. La popularización de las cámaras fotografías haría el resto, dejando la suya en categoría de reliquia más que la de un instrumento de trabajo.

Don Marcos se negaba a aceptar la impiedad de los tiempos, sin embargo: recibiendo su jubilación, continuó en el trabajo en la plaza, a pesar de que el solo costo del permiso municipal superaba el dinero de su pensión. Por varios años trató de conseguir una autorización por gracia y antigüedad de parte de la Municipalidad de Santiago, haciendo más y más dificultosas sus posibilidades de continuar en el tradicional y folclórico rubro. Permaneció estoicamente allí, entonces, esperanzado en salvar su oficio y comenzando a ofrecer fotografías a color con una cámara Polaroid instantánea, la gran novedad tecnológica en la época, que siempre llevaba colgando del cuello.

Varios fotógrafos de plazas y parques en la ciudad hicieron lo mismo en esos días, aconsejados por la necesidad de no abandonar su actividad y aferrados a las pocas posibilidades que quedaban. Al igual que don Marcos, se resistían a renunciar a su vieja cámara de trípode y papel fotográfico blanco y negro, mostrándole cómo funcionaba a los curiosos cuando se acercaban preguntando por el mecanismo de tales tesoros. Terminó siendo el último de los dos o tres fotógrafos que llegaron a trabajar al mismo tiempo en aquella plaza y sus alrededores, como vestigios vivientes de épocas perdidas.

A pesar de haber sido uno de los personajes más conocidos y populares del centro de Santiago por tantas décadas, don Marcos fue entrevistado o apareció en algún medio de comunicación solo un puñado de veces. No se lamentaba: con esas escasas oportunidades, sentía que de todos modos creció su fama. En una ocasión, también fue filmado para aparecer en los microdocumentales culturales titulados “Visiones”, que transmitía Canal 13. Muchos lo reconocían por esta breve exposición televisiva y por eso no se quitó más el mismo sobrero gris con el que aparecía allí.

Durante la misma década, el diario “La Tercera” publicó algo sobre él en uno de sus suplementos dominicales, en noviembre de 1988 y cuando acababa de cumplir 80 años. Corta entrevista que, sin embargo, permitió a muchos para conocer más de su vida y reconstruir su historia, además de darle otro poquito más de popularidad, según él. Mucho de lo que acá reproducimos es parte de lo que comentó a los reporteros, en aquella ocasión.

Confesaba por entonces que solo atendía dos o tres personas en un mal día, aunque los domingos solían ser mejores, y también se refería a las cada vez más agitadas cuestiones políticas que se habían ido apoderando de la Alameda:

...he estado en peloteras grandes y no me han hecho nada. Por suerte, y también porque los carabineros ya me conocen. Saben que trabajo en esto y cuando han tirado agua por ahí no me han mojado nunca. Claro que cuando las cosas se ponen muy feas, entonces yo tomo la máquina, la desarmo, paso por el medio y la voy a guardar allá a San Isidro, en un garaje. De ahí me voy para la casa, hasta el otro día.

Como era tristemente previsible, sin embargo, la década siguiente marcó el final del oficio de las cámaras antiguas para muchos fotógrafos clásicos de Santiago, algunos resistiendo casi de manera martirial en el rubro, hasta el final de sus días. Fue el caso de don Marcos quien, simplemente, abandonó un día cualquiera de aquellos este sitio, dejando atrás una larguísima historia de presencias y ausencias en Plaza Vicuña Mackenna y la falda del Santa Lucía, su hábitat y su espacio vital.

Quedaron los viejos árboles y los recuerdos de don Marcos en la plaza, más miles de fotografías suyas hoy guardadas quizá en baúles antiguos y cajas olvidadas, sin que los herederos sepan de su relación con él. La misma plaza cambió, perdiendo aquella característica encantadora de cuentos infantiles: hoy se hace posible encontrarla, al verla atestada de pillos que intentan embaucar turistas con falsas campañas o gitanas engañando a los incautos con sus supuestas artes mágicas que los despojan de dinero y objetos de valor. Son las escenas de hoy allí, esencialmente diferentes a la de esa tarjeta romántica y poética de la que don Marcos fuera parte integral, por tantos años.

“Me gusta el aire, los pájaros... los árboles... Todo me hace bien”, alcanzó a decir el fotógrafo del pie del cerro en la entrevista para el señalado periódico, revelando el optimismo y la visión altruista que siempre acompañaron su larga existencia.

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