"YO PIDIENDO, NO ROBANDO": RAMÓN BELMAR, EL TÍO DE TODOS EN COYHAIQUE

Podría parecer raro que las ciudades con climas extremos, especialmente las más frías o lluviosas, tengan mendigos ancianos en su fauna humana-urbana más pintoresca y característica. Lo usual, o más bien lo esperable, es que sobrevivan (sí, así de cruel como suena) principalmente los más jóvenes, tanto por la resistencia física como por la capacidad de movilizarse a otros destinos con mayor facilidad, eludiendo temporales o nieves. No facilita mucho las cosas el que ciertos vagabundos lleguen a establecerse en precarias viviendas tipo "rucos", pues la protección que estas suelen brindar a sus humildes moradores, por lo general queda neutralizada con los climas menos benignos.

Hay excepciones más notables, sin embargo; o, mejor dicho, demostraciones de que eso no es tan real. Una de ellas la constituía el abuelo indigente Ramón Belmar Roldán, de Coyhaique, de la Región de Aysén del General Carlos Ibáñez del Campo. Fue un incansable luchador contra condiciones más sádicas del invierno austral, con las que terminó perdiendo la guerra ya en muy avanzada edad, en una noche del año 2014.
Don Ramón lucía una larga barba blanca, nariz aguileña prominente y un fetichista gorrito de lana, cargando siempre un par de sacos encima. Había algo de mago Gandalf en aquel personaje, que también llegó a ser uno de los más populares y queridos de toda la zona. De hecho, aseguraba tener conciencia de que era "más conocido que el alcalde", según comentó a la prensa de la ciudad de Coyhaique en alguna de las ocasiones en que se le acercaron periodistas de los medios regionales.
La vida detrás del encantador y alegre abuelo de las calles de la urbe patagónica, sin embargo, era una historia dura de pérdidas y de errar constante. Aunque se construyeron infinidad de versiones al respecto intentando llevar la luz a los enigmas sobre su origen y como es habitual en esta clase de personajes, él aseguraba haber nacido en la misma ciudad austral en 1936. Agregaba que había perdido a sus padres siendo muy niño, por lo que quedó encargado a sus abuelos maternos. Estos decidieron mudarse más al norte del país y llevárselo para asegurar que continuara sus estudios, pero la tragedia volvió a golpear al pequeño cuando los abuelos fallecieron sin que alcanzara a terminar de cursar el sexto año básico.
El anciano con un perro. Fuente imagen: Photoup.cl (de Juan Pastor Medina Avilés).
Fuente imagen: canal Youtube de Bibliotecas de Aysén.
El tío Ramón con otro de sus perros. Fuente imagen: sitio de El Patagón Domingo.
Forzado por la situación y por la aparente falta de parientes cercanos, Ramón conoció la calle rápidamente y continuó desde allí una forma de vida ermitaña, en la más absoluta soledad. Así llegó a la juventud y, a los 20 años, aconsejado quizá por la nostalgia y los recuerdos vagos, viajó de regreso a Coyhaique en donde se dedicó a mendigar para poder comer y sobrevivir reuniendo lo básico de cada día, comenzando también a hacerse conocido especialmente durante los años ochenta... Una década prolífica en arrojar popularidad a esta clase de personajes callejeros en nuestro país, dicho sea de paso.
Ramón aseguraba no haber tenido hijos ni haber contraído matrimonio, jamás en su vida, aunque admitía que pasó por varias parejas durante la misma, siempre terminando en fracaso. Se sabe que sí tenía hijos, sin embargo, aunque por razones desconocidas él lo negaba o, quizá, sinceramente los había olvidado. Estas nebulosas dieron origen a otros varios mitos sobre su vida, entre los que destacaba la creencia de que había sido un destacado profesor que enloqueció al perder a su bella familia en un incendio y otras historias de tenor parecido. No es la primera vez que se escuchan chismes similares sobre mendigos con popularidad en las ciudades chilenas.
La única compañía realmente cercana que se le conoció por más de dos décadas a don Ramón fueron sus fieles quiltros: unos grandes y otros de patas cortas lo acompañaron en sus últimos años, de hecho, apareciendo con él durante sus periplos callejeros y los ratos en que limosneaba algunas monedas a los transeúntes. No obstante su preferencia por los cánidos, hubo taxistas y comerciantes que solían ser sus buenos amigos, ayudándolo generosamente y dándose el tiempo de hablar con él, a pesar de las pequeñas incoherencias y desvaríos que afloraban en muchas de sus conversaciones.
A medida que comenzó a envejecer, además, iría siendo llamado cariñosamente como el Tío, especialmente entre los niños que demostraban mucho afecto hacia su persona, confundiéndolo con el personaje navideño del Viejito Pascuero, pero en otras veces también con el temible Viejo del Saco, imputación injusta con la que han debido cargar varios mendigos en la historia de las calles chilenas.
Hacia sus años más seniles, intentando eludir los mencionados castigos del clima austral, don Ramón se acogió al ofrecimiento de viviendas de emergencia para personas en situación de calle que hiciera el obispo Luis Infanti, quedándose a vivir así en una media agua del vecindario cercano a la Universidad de Los Lagos. Sin embargo, sólo llegaba allí a dormir, ya que la calle lo seducía demasiado, además de encontrar en ella su sustento gracias a la caridad de otros.
Fuente imagen: Revista ELAL de Gestión Cultural Comunitaria.

Fuente imagen: sitio de El Patagón Domingo.
Últimos días, ya hospitalizado. Fuente imagen: sitio de El Patagón Domingo.
Aunque la ciudad se acostumbró a verlo en sus calles, plazas y avenidas, convirtiéndolo en uno de los personajes contemporáneos más célebres de la Patagonia chilena, su historia pudo ser más o menos bien conocida por la ciudadanía recién cuando tenía, según él, 72 años de vida. La oportunidad la dio una entrevista realizada por reporteros del diario "El Divisadero" del jueves 10 de septiembre de 2009 (artículo "Ramón Belmar, El Tío: 'Soy más conocido que el alcalde'"). En estas páginas periodísticas, el abuelo aseguraba que no consumía alcohol, sólo unos pocos cigarrillos que le regala la gente, lo que también resulta bastante excepcional entre los indigentes chilenos, debemos comentar. Por eso siempre cargaba con él un encendedor entre sus harapos, y en varias ocasiones sorprendió a alguien que intentaba en vano encender un cigarrillo, estirándole la llama para prendérselo.
Por lo general, el anciano solía instalarse a pedir dinero en las afueras del Restaurant Histórico Ricer, que se encontraba en el paseo Horn a pasos de la Plaza de Armas de Coyhaique, famoso establecimiento que cambió de nombre hace pocos años. Además de recibir un platillo de comida en este sitio, los clientes que salían del local eran los que principalmente le dejaban dinero para gastarlo en sus necesidades.
Él afirmaba también que había intentado establecerse en Puerto Montt en alguna ocasión, siempre como pordiosero, pero reclamaba que allá nadie le daba algo, por lo que regresó resignado. Su rectitud moral le exigía sólo pedir, no robar, como enfatizaba con una de sus muletillas favoritas: "Yo pidiendo, no robando".
"Me alimento de acuerdo a como la suerte me acompañe", diría también en una ocasión al referirse a sus colectas callejeras, aunque se sabe que algunos buenos vecinos le proporcionaban -dentro de lo posible- algo de comida y ropa usada para facilitarle las cosas.
El tío Ramón solía llevar en sus sacos una olla vieja y abollada, además de ropa para cambiarse o abrigarse en el camino, capeando el frío con un largo chaquetón hasta las rodillas. Ocasionalmente, también iba con los panes que compraba con las monedas que lograra reunir. La leyenda urbana de los coyhaiquinos, sin embargo, suponía que en las bolsas llevaba también una gran cantidad de dinero en billetes y monedas que se negaba a confiar a las bóvedas de los bancos, análogo al personaje del "mendigo millonario".
El Tío nunca se victimizó por esas tristes condiciones de subsistencia. Por el contrario, se mostraba en extremo desconfiado de las autoridades y de los políticos, al punto de negarse a solicitar ayuda, pues decía entre risas que ellos le terminarían robando lo poco que tenía en tal caso. Por esta razón, fueron sus propios amigos quienes tuvieron que convencerlo de postular al programa de entrega de medias aguas, pues miraba con extraña difidencia esta posibilidad y otras parecidas.
La verdad, sin embargo, es que varias autoridades comunales sabían de él y conocían de sus dificultades. Para las celebraciones del 84° aniversario de Coyhaique, en octubre de 2013, el concejal Juan Catalán había propuesto al Concejo Municipal la idea de entregarle un reconocimiento al tío Ramón, como "vecino destacado" de la ciudad. Aunque la propuesta cumplía con un anhelo de la propia ciudadanía, lamentablemente no prosperó.
Los funerales del personaje. Fuente imagen: El Divisadero.
Velorio del tío Ramón. Fuente imagen: Twitter de @Paticsss.
Sin embargo, la resistencia y la energía del anciano ya se estaban extinguiendo. Se le declaró una neumonía que, a pesar de tratársela en un centro de salud, igualmente empeoró, debiendo ser internado de urgencia en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Regional de Coyhaique. Sus últimas imágenes lo mostraban demacrado, muy decaído y con su característica barba blanquecina bastante más recortada.
A pesar de todas las atenciones médicas, el querido tío Ramón falleció a las 20.40 horas del miércoles 15 de octubre de 2014, tras dos días batallando por su vida hospitalizado. La causa detonante de su muerte fue un paro cardiorrespiratorio, provocado por una insuficiencia cardíaca. Su cuerpo fue retirado por un familiar y la noticia de su partida afligió a toda la ciudad de Coyhaique, a pesar de que no era difícil de esperar tal resultado, a esas alturas, en un anciano tan castigado por su propia forma de existencia.
Los responsos realizados el sábado siguiente, con la dirección del padre Demetrio de la Torre en la Catedral de Coyhaique. Una fotografía enmarcada y sus gastados bototos estaban en una silla, junto al féretro. Fue despedido en una caravana que llevó sus restos por las calles céntricas, parando simbólicamente en su lugar del café Ricer para que las trabajadoras del local entregaran a uno de sus hijos el recipiente en donde siempre le daban comida allí, a diario.
El cortejo continuó por calle Condell haciendo otra parada enfrente del Banco Estado, para que otro hijo del finado pudiera recoger y llevar con la romería el que había sido su saco, ese que siempre llevaba con él y que la leyenda suponía lleno de dinero o de mágicos objetos. Más de 200 personas se sumaron a la caravana encaminada hacia el Cementerio Municipal de Coyhaique, en donde fue sepultado entre muestras de congoja y cariño, con la presencia de varios otros personajes de la ciudad en la concurrencia, además de la cobertura de los medios de prensa locales.
Poco tiempo más tarde, su nombre se pondría a una nueva casa de acogida y asistencia de indigentes en la ciudad, en calle Baquedano: Centro de Día "Aiken Ramón Belmar", surgido de un convenio entre la Seremi de Desarrollo Social y la Municipalidad de Coyhaique.
"Soy un hombre feliz por lo que tengo, aunque sea poco, existen otras cosas que son más importantes que el dinero. Gracias a Dios soy una persona sana física y mentalmente. Esto para mi es suficiente", alcanzó a confesar como su máxima de vida a los reporteros de "El Divisadero", pocos años antes de morir.

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