EL CABRO EULALIO: VERSOS SANGRIENTOS PARA UN MÍTICO HAMPÓN

"El sol no es moral ni inmoral; lo mismo sale para un santo que para el Cabro Eulalio", escribió Joaquín Edwards Bello en su novela "La chica del Crillón", de 1935.

Las calles de Santiago fueron todo para el Cabro Eulalio: su lugar de actividades dentro y fuera de la ley, su refugio ante la mano de la justicia, sus cómplices y también el lugar de su último calvario, según su extensa leyenda personal. La Plaza Almagro y sus recovecos, a espaldas del gran templo del Santísimo Sacramento se volverían el teatro principal de operaciones en donde pudo establecer su reinado y su verdadero mito en la historia delincuencial chilena.

Periodistas, intelectuales y poetas compartieron mesas con el Cabro Eulalio, ya sea en el mencionado sector de los teatros de calle San Diego o en el llamado "barrio chino" de calle Bandera en Mapocho, además de las cuadras alrededor de los mercados en La Chimba. Grabó a fuego su nombre controlando negocios nada transparentes, de esos en donde el arma de fuego es la herramienta, incluso pasando por narcóticos, extorsiones y posible explotación de prostitutas, a pesar de que muchos han querido construir alguna clase de historia romántica en torno a su vida, al más puro estilo apologista de un modernizado Murieta, Benavides, Neira o Los Pincheira… Casi un Robin Hood o un Zorro, para algunos.

Se llamaba en realidad Eulalio Serradilla Requena, y tenía fama de "guapo" casi desde que soltó las manos de su madre y caminó por su cuenta. De rostro angelical y bueno para el baile, nunca conoció algo parecido al miedo. Parte de su historial en el mundo del crimen lo iba hacer en Argentina, además, país este último con el que Chile mantenía un nutrido intercambio de "pungas" en aquellos años escapando de la ley o "profesionalizándose" en otros mercados; agentes de cultura alternativa que, entre otros "aportes", trajeron de importación el lenguaje lunfardo. Allá aprendió mucho para su oficio, según se cree, importando toda una escuela personal de delito.

Eulalio se había dedicado al robo, el escamoteo y los asaltos durante sus inicios en Chile. Hacia 1930, tenía por socio de tales fechorías al que iba a ser otro célebre hampón de la época: Santiago del Pozo Alpont, con quien se dedicaba a robar a casas comerciales y establecimientos parecidos a mano armada. Sus nombres no eran ajenos a las páginas policiales de la prensa. También se contaba que su pericia para eludir a las fuerzas de la ley se debía a su breve período usando el uniforme de Carabineros de Chile, aventura en la que habría descubierto que la vida resultaba más interesante del lado opuesto al de la justicia, aunque las fechas de sus primeros delitos son anteriores a la fundación de aquella institución, es preciso aclarar.

Su apodo de Cabro lo había recibido muy joven, cuando se demostró ante los más expertos como un sujeto hábil en ciertos negocios oscuros más propios de duchos y veteranos delincuentes, sentando con esto el precedente o bien popularizando el uso de ese mote, que continuaría siendo empleado por varios posteriores personajes del crimen organizado chilensis, como el también famoso Cabro Carrera, que en realidad no era cabro y mucho menos Carrera.

Inteligente, presumiendo su supuesta belleza de Adonis y con leales amigos en sus círculos de protección, cuando Eulalio caía atrapado en algún asalto no tardaban en llegar sus camaradas a atestiguar en los tribunales la buena conducta del criminal, consiguiendo así bajas condenas y facilitando salidas adelantadas del calabozo, por buena conducta. Era infinitamente mejor que Eulalio tuviese una deuda con alguno de sus fieles, a que la situación fuese al revés.

Cuando advirtió que ya estaba demasiado observado y "fichado" en Chile, o quizá aburrido de los limitados botines que podía proporcionarle su tierra natal, planeó un golpe en Buenos Aires como carterista, en uno de los oficios propios de la escoria de los bajos fondos que sale a ampliar una hoja de vida internacional, convirtiéndose así en uno de los pioneros de entre los muchos delincuentes chilenos que llegaban a la capital argentina a hacer de las suyas. No era el primero en correr a construirse esta fama allá, sin embargo: antes que él, había construido su propio mito en Buenos Aires otro conocido delincuente chileno llamado Raúl Luna.

Baltazar Castro cuenta en "¿Ha almorzado la gente?" que el "relámpago de eternidad" de Eulalio comenzó cuando en el Congreso Eucarístico Mundial de Buenos Aires de 1934, presidido por el entonces cardenal Eugenio Pacelli, el audaz criminal "introdujo manos de seda en los bolsillos de los participantes en mitad de los padrenuestros, salves y avemarías". Sin embargo, su precipitación, el descaro y las proporciones de sus delitos, permitieron que fuese alcanzado por la policía platense poco después. En el diario "La Nación" del viernes 28 de septiembre siguiente, Edwards Bello informaba sobre la temeridad del bribón en Buenos Aires y repasaba parte de su reputación en Chile:

En los barrios bravos de Santiago, en las calles Camilo, Maipú, Erasmo Escala, Diez de Julio y Lingue, el cabro es rey. Se presenta después de cometer una fechoría y todos esos chamizos se vuelven cómplices, las puertas se cierran sigilosas tras de su paso; las pecadoras le admiran, sueñan con él, y le dan sus ganancias; las Celestinas le prestan sus ropas para que se disfrace. Nadie le delata. Las tocadoras y los tamboreadores de las últimas cuecas saben perfectamente dónde anda el cabro… pero obedecen a un acuerdo sordo, y nada dicen. Eulalio es el símbolo de su clase y de la resistencia a la ley; además saben que a ellos, a los del hampa, no se les hace daño. Por eso el cabro ha pasado a ser un fantasma de la ciudad, y un símbolo de la no conformidad, o la contrariedad respecto a lo legal; es el contrabandista en su sentido etimológico, porque contra bando, significa contra la ley, que un bando promulgaba.

Y entrando de lleno en lo sucedido en el Congreso Eucarístico de Buenos Aires, sentenciaba después el columnista, con acritud:

Las ideas que sugiere el Congreso Eucarístico en el gángster son muy diversas de las que sugiere en el resto del público. Si el novelista ve la vida en novelas, el escultor en esculturas y el político en combinaciones de masas para el desarrollo de su poder, en cambio el que vive de lo ajeno, no ve sino posibilidades de "armarse". El Congreso Eucarístico, y lo digo algo avergonzado, es la más vasta cruzada de las fuerzas católicas contra un mundo corrompido y vacilante; es el esfuerzo del poderío romano contra las agonías de nuestro tiempo, y también contra la decadencia del cristianismo. Pues bien: para el cabro Eulalio, el Congreso Eucarístico significa una afluencia de forasteros algo paralogizados y distraídos por el fervor religioso, cuyos bolsillos estarán en descuido magnífico. ¡Oh, las teorías de la relatividad! Mientras unos piden la protección de arriba, el pistolero engominado busca las monedas de abajo. El Congreso local, de Santiago, le pareció poco. ¡A Buenos Aires! se dijo. ¡Es preciso hacer las cosas en grande! Y los telegramas de ayer nos anunciaron que el flamante Eulalio, provisto de un traje nuevo, robado seguramente en las calles de Santiago, fue cogido por la provisora policía argentina en el momento en que, como un general en vísperas de la batalla, tanteaba el campo de operaciones en calle Florida, del brazo de su mina, la señora Berta Portales, una de las cabras meduseadas por sus ojos de lince.

A pesar de aquel desliz, Eulalio ya había escalado en grados y osadías dentro del mundo delincuencial. En consecuencia, no le costó mucho estar de vuelta en las calles y seguir cosechando fama. De acuerdo al periodista Manuel Salazar en "Traficantes y lavadores", además, en las mismas tierras del Plata llegó a ser tan temido por violento y vengativo que los detectives resolvieron balearlo por la espalda en una madrugada, no atreviéndose a enfrentarlo de frente. Como toda mala hierba, sin embargo, el Cabro sobrevivió a los balazos y siguió cultivando su jardín de cizaña.

Paraderos de tranvías en barrio Mapocho, enero de 1935, al final de calle Puente junto al Mercado Central.

Vieja vista de la antigua Plaza Almagro hacia la Parroquia del Santísimo Sacramento, desde la esquina de Inés de Aguilera con Gálvez (hoy Zenteno), hasta donde llegaba entonces su área verde. Fuente imagen: Lacunzabarriodesantiago.blogspot.com.

Aunque hoy sus aventuras tienen prendida la decoración que el tiempo va dando a todas las historias con fuerte transmisión oral, la leyenda de Eulalio parece sólida aún como un referente del hampa clásica. En su relato "La Pata, los ciegos y el Cabro Eulalio", por ejemplo, escribe Raúl Morales Álvarez sobre las correrías del mismo personaje en el oscuro bar La Pata de calle Eyzaguirre, entre San Diego y Arturo Prat, cuando estaba instalado en Santiago otra vez:

Le gustaba esa hora casi gris, casi dorada, donde siempre se encuentran pretextos para beber una botella más junto a unas cuantas palabras amables. Era uno de los clientes más generosos, con diez dedos pródigos para repartir billetes entre las muchachas que sufrían por la mala noche sin amor, los borrachos con sed y sin un peso en los bolsillos, y los ciegos que tocaban para él, en su homenaje, los últimos tangos de arrastrados firuletes.

Una vez se armó allí una rosca, sin embargo, que terminó con la banda de un matón tratando de dar muerte al Cabro Eulalio. El "guapo" rey del hampa había exigido a un sujeto pedir perdón a un cantante ciego al que había ofendido, cuando el invidente pasaba pidiendo dinero mesa por mesa después de tocar un tango, desatándose así la discusión. Ahora, el abusón venía a "cobrar" con su grupo. Pero, para desgracia de ellos, el arma de fuego de Eulalio respondió eficazmente al ataque, dando muerte al cabecilla para luego arrancar de La Pata y perderse en la ciudad… Como decía Morales Álvarez, "la calle era su vieja amiga y le facilitó la huida y el escondite".

Pero aunque "nadie vio nada" en el local para cuando llegó la policía, Eulalio decidió entregarse a las autoridades en el día siguiente, asistiendo al Segundo Juzgado del Crimen de Santiago y sabiendo que el concepto de la defensa propia iba a estar de su lado, por lo que no tardó en zafar otra vez y volver libre a sus queridas calles y plazas. Como dato curioso, el juez que lo dejó en libertad en aquella ocasión, don Federico Peña Cereceda, era el futuro Ministro de Tierras y Colonización de Chile en 1963, durante el gobierno del presidente Jorge Alessandri Rodríguez.

Así se escribía en la capital la cada vez más abultada leyenda del Cabro Eulalio, imparable e inmortal, haciendo que su nombre se folclorizara y apareciera citado en una canción popular recuperada por el maestro Fernando González Marabolí para el cancionero de cuecas chilenas tradicionales reproducido en "Chilena o cueca tradicional" de Samuel Claro:

Me gusta tomar con canto
y pasarlo de jarana
donde llega el Cabro Eulalio
y a correr la caravana

Si yo llego a las canchas
del Cabro Eulalio
porque me gusta el trino
de los canarios.

Por su parte, Armando Méndez Carrasco, autor del clásico "Chicago chico", comentó alguna vez en sus columnas del diario "Las Últimas Noticias" reunidas después en las "Crónicas de Juan Firula" que el temido Eulalio también causaba alboroto entre los corazones de las mujeres, debido a su pinta, su muy cuidada estampa y sus ademanes más propios de galán argentino, algo casi de seguro aprendidos tras sus experiencias en Buenos Aires. Su gusto por la ostentación y la elegancia no pasaban inadvertidos en nadie, asegurándole varias conquistas entre las mujeres del mundo del espectáculo frívolo de aquellos años. Como buen bailarín, amaba también al tango y sabía manejar el arte de la seducción con movimientos y miradas en la pista de cada filarmónica y dancing club.

El Cabro mantenía su territorio demarcado en la señalada Plaza Almagro, que a la sazón sólo llegaba desde San Diego hasta la calle Gálvez, actual Zenteno. Podía ser encontrado frecuentemente en el cabaret El Submarino del mismo barrio, un night club que era visitado con regularidad por muchos otros capos del ambiente más bravo de la capital. Probablemente, asistía también a otros locales de su territorio en torno a la plaza, como el alguna vez célebre restaurante Cola de Mono, habiendo quienes suponen fue creada allí la bebida del mismo nombre; o el clásico Teatro Almagro que existía en ese mismo barrio, pues este era su hábitat.

En una de esas constantes pasadas a El Submarino, Eulalio se encontró entre las mesas del público con el conocido periodista de deportes Renato González Moraga, como confesaba este años después en "Las memorias de Mister Huifa":

Una noche estaba yo en la misma mesa que el cabro Eulalio, muy amigo mío, y entró un fulano con sus zapatos de escándalo. De color café, de enormes suelas, llenos de agujeritos y todo eso. ¡Qué lindos zapatos!, dijo uno. Te los vendo. ¿Cuánto? Treinta pesos. Se fue el dueño de tan elegantes zapatos y tras él salió Eulalio. Regresó al poco rato y traía bajo el brazo los calamorros. Treinta pesos y celebramos alegremente la negociación. ¿Es posible que haya existido todo eso, que la noche santiaguina fuera así?

Se sabe que también fue visitante regular del cabaret Zeppelin, en la última cuadra de Bandera entre San Pablo y General Mackenna, del que debió escapar trepando techos y esquivando balas de la policía en una emboscada de los años treinta, según recordaba Enrique Bunster en "Recuerdos y pájaros". Cuando los frustrados agentes volvieron al local lamentando no haber podido abatirlo, las niñas del cabaret los recibieron con una humillante pifia general. Además, el Cabro aparecía por el cercano restaurante La Antoñana. El escritor y folclorólogo Oreste Plath lo conoció en este boliche, de hecho, describiéndolo como un personaje "guapo, elegante y de buena figura, que tenía deudas con la justicia", en "El Santiago que se fue".

Como todo mafioso clásico, además, Eulalio extendía mantos de protección sobre quienes se demostraran fieles, además de mantener ciertos vínculos casi corporativos con el resto del mundo del hampa. Por esta razón, el folclorista Roberto Parra le cantaba estas líneas en su pieza "El Chute Alberto", dedicado a otro de los peso-pesado de la cáfila delictiva de la época:

Se fue cortao, ay sí
el Chute Alberto
se lo echaron al hombro
por boquiabierto.
Le ha rezado un rosario
el Cabro Eulalio

A todo esto, la fama del Cabro en Santiago continuaba logrando eco internacional, no sólo por sus anteriores experiencias fuera del país, sino por su auténtico "prestigio" como avezado pistolero, leyenda que era difundida por los hampones nacionales viajeros y por otros extranjeros después de pasar por Chile. Su mejor época, la de más "prestigio" en el ambiente, parece haber durado hasta los cincuenta, quizá los más prósperos para sus negocios relacionados también con el robo por encargo, en otro paso de su desarrollo curricular. Constaba a sus conocidos que tuvo por amigos íntimos a importantes artistas de la bohemia de la época, por cierto, y que se enredó con algunas de las más cotizadas chicas que encendían las noches de vodevil y espectáculos artísticos.

Otra característica asombrosa de esta historia es el que Eulalio parecía tener un aura propia de salvación, manifiesta cuando se hallaba en peligro. Muchas veces más en que intentaron mandarlo al patio de los callados, fuera de las ya descritas, fue la sangre de sus adversarios la que corrió y no recibió más daño que las manchas hemoglobínicas ajenas en la tela de sus finas ropas. Sabía pelear y ganar, fuera con puños, gollete, cuchilla o revólver, imponiéndose así al forzar el respeto de extraños y, entre sus amigos, por una sincera estimación que lograba ver algo positivo en él. A esas alturas de su vida, además, las creencias populares lo ponían en situaciones fabulosas, como robando documentación secreta de países vecinos para la inteligencia militar o diplomática y hasta codeándose en secreto con altas e históricas autoridades políticas que le garantizaban un manto de protección e impunidad.

Sin embargo, iba a llegar el día en que su buena estrella se agotaría, exhausta y consumida por tanto uso y abuso. Su muerte también forma parte de las innumerables historias que lo rodean, y se cuenta de todo al respecto. La versión más conocida fue que cayó ajusticiado por los detectives que ya le venían pisando las espuelas desde hacía tiempo, habiendo "librado" en varias oportunidades hasta que llegó aquella en que se vio sobrepasado por los descuidos y la acechanza.

El poeta y eterno aspirante a escritor, Eduardo Chico Molina, aseguraba haber sido amigo Eulalio en esos años más agitados y oscuros. Su versión sobre el final del Cabro fue recogida por Enrique Lafourcade en su obra "Animales literarios de Chile". De acuerdo a Molina, entonces, mientras se hallaba un día en una peluquería de la Plaza Almagro, llegó hasta allí muy agitado y nervioso en Cabro ya en horas de la tarde, intentando convencerlo de ir a tomarse con él unas cervezas a uno de los locales del sector. Intuyendo que algo peligroso sucedía y que el rufián quería usarlo de "biombo", Molina se negó, de seguro sudando de susto. O al menos eso fue lo que aseguró este famoso personaje, que no destacó especialmente por lo confiable y veraz de sus historias. El caso es que, al día siguiente, el Cabro Eulalio finalmente sería cazado por los agentes que venían arrinconándolo y esperando algún error de su parte, terminando así su historia con la misma tinta de violencia que había sido escrita desde el inicio. "Pasó a mejor vida en su ley", dirá Méndez Carrasco.

Desaparecido ya Eulalio, otros hampones ocuparon parte de su lugar en el ambiente, consagrando más nombres entre los capos de la noche en aquellos años, como el Negro Carlos, el Palavacino, el Cabro Carmelo, el Rucio Bonito o el célebre Zapatita Farfán, pareja de la también famosa Lechuguina, la mítica regenta del histórico lupanar capitalino… La época del Cabro en las calles de Santiago, pues, había quedado ya en otra historia, de otro tiempo y de otra ciudad.

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