LA LOCA MARIÓN: UNA NINFA CON CICATRIZ EN EL ROSTRO

Con una época dorada más o o menos desde los años treinta hasta fines de los cincuenta, en los vecindarios cercanos a avenidas 10 de Julio Huamachuco y Manuel Antonio Matta en Santiago, por ahí en las puertas del Barrio Matadero, existió una extraordinaria concentración de casitas de remolienda distribuidas en pocas cuadras y ubicadas hacia la conjunción de la calle Lira con la actual Antonio Ricaurte, el alguna vez célebre sector de Los Callejones de Ricantén y Raulí, todo un barrio rojo de la época.

La prostitución santiaguina de la época tenía su aspecto sórdido y oscuro, sin duda, pero Los Callejones reunían en sus estrechas manzanas una insólita escena, quizá única en la historia urbana del país, en donde se combinaba el folclore de los cuequeros, los “guapos” del mundo del hampa y algunas de las más míticas regentas y trabajadoras del ambiente de la remolienda nacional. Una de sus mujeres fue recordada especialmente por su pseudónimo “artístico”, como trabajadora de Los Callejones: la Loca Marion o Marión quien, sin ser quizá tan excesivamente bonita como intentaban describirla algunos (muy idealizada por los viejos parroquianos de esta huifa capitalina), sin duda fue una de las féminas más cotizadas del ambiente.

La mítica Marión era bosquejada en aquellas descripciones como una prostituta especialmente bella y esbelta, o al menos lo fue en alguna época, mientras que otros la recordaban más bien como una gorda corpulenta y de maneras muy rudas típicas del “patín de calle”. Quizá sea la misma, pero en dos etapas de su dura vida, especialmente después de dejar su oficio como bailarina nudista.

Impulsiva, buena para el “copete” y sintiéndose siempre seductora, Marión debe haber sido ya una femme fatale cuarentona o cerca de esa edad cuando su fama aún la precedía en el barrio, como toda una alegoría viviente de la remolienda de entonces.

Empero, a pesar de la notoriedad que logró en el ambiente del folclore y la huifa centrinas en esos años, existe muy poco escrito y disponible sobre la legendaria Marión. Afortunadamente, el gran cronista nacional Raúl Morales Álvarez no falló, y así encontramos una valiosa descripción que hace de memoria el sagaz reportero, incorporada a su póstuma “Antología de textos escogidos” distribuida por el Centro Cultural El Funye. En ese escrito, recuerda incluso los detalles del real aspecto físico de esta amazona del amor remunerado:

La Loca Marión y era una mujer alta, una hembra maciza y bravía como las de otra edad, una buena compañera para los tiempos de Doña Catalina, la de Erauzo, la Monja que fue Alférez. Tenía los ojos de brasa, los labios en perpetua oferta, una redonda y opulenta geografía, hecha de valles y montañas, le estallaba en el pecho feliz, y era dueña de la fiesta placentera de unas piernas como hachas, que le habrían dado envidia a Marlene Dietrich o a la Mistinguette, en los días ya lejanos, en los días irremediablemente viejos, en que se enamoró y conquistó con ellos el cariño fugaz de Chevalier. También, junto a su ceja izquierda, como besando sus pupilas, burlando al tiempo y su marca en forma de pata de gallo, la “Loca” tenía una cicatriz.

Dicha marca en el rostro era uno de los detalles distintivos en ella, a pesar de ser un defecto estético. También señalaba su perpetua ligazón al mundo de los burdeles, pues no era raro que las prostitutas mostraran cicatrices en la cara, la parte de su cuerpo más valiosa y bien cuidada en su oficio: era la forma en que solían castigarlas los chulos, proxenetas, o entre ellas mismas cuando manaban las rencillas apasionadas y hasta por las propias parejas de estas pobres mujeres. El corte del rostro era la sanción si sus protectores o colegas consideraban que la cortada había “jugado chueco”, si no se mostraba sumisa o, simplemente, cuando provocaba algún disgusto exagerado por efluvios del alcohol y otras sustancias. Incluso algunos malos clientes también las llegaban a atacar de esta perversa forma, si se sentían estafados o mal complacidos. De hecho, cuentan que famosas ex prostitutas santiaguinas, como la célebre tía Lechuguina con su burdel en estos mismos barrios alrededor de Los Callejones, también tenía tal marca en una de sus mejillas, que intentaba disimular con cosméticos.

En el caso de Marión, sin embargo, esta se ganó el tajo de la venganza discutiendo con la gorda y violenta administradora que regentaba un lupanar en donde ella bailaba y ofrecía sus servicios sexuales, siendo más joven. La jefa había pretendido obligarla a tomar un cliente que no era de su agrado, pero que tenía mucho dinero disponible para un rato de cariño furtivo. Marión se negó tenazmente y lo rechazó, arrogándose una terca facultad de la que sólo podían gozar las mujeres más experimentadas y respetadas por las cabronas.

Sucedía, pues, que la impredecible y temperamental Marión ya había escogido a su Romeo para aquella noche de su castigo: un hampón desastrado y malacatoso que, según anota Morales Álvarez, “vendía tortillas y huevos duros en la esquina de los Callejones”. Fue inevitable su discusión con la dueña de la casa, entonces, terminando así con un corte en la cara que la acompañaría por el resto de su noctámbula y poco dócil vida.

A pesar de aquel ataque, la Loca se salió con la suya y se marchó esa madrugada, acompañada de su hombre preferido y de la herida sangrante en el rostro. Marión era así, ingobernable e impetuosa:

Era, nada más, que la simple verdad. Yo la vi una noche irse del brazo con un hermoso atorrante, un vagabundo destrozado por todos los caminos, una suerte de bello rey desarrapado, oloroso a vino y a mugre en toda su persona perfectamente divorciada del agua y del jabón, despreciando los billetes de un marinero inglés que asaltaba a Santiago, al abordaje, con el ímpetu sexual de los navegantes que pisan tierra firme después de una larga jornada pasada en el mar, para aprender desde el amor y las botellas, que el mundo es redondo y se mueve.

Calle Lira en 1962. Fuente imagen: sitio web del Liceo Confederación Suiza.

Fachada con pináculos, esquina de Ricaurte con Urriola. Al fondo, Diez de Julio.

Aunque fuera efímera, Marión llegó a tener gran popularidad, también, entre los viejos residentes y clientes de aquellas noches de 10 de Julio. No parece haber sido prolongada, sino más bien breve, pero dejó sus huellas. Paseaba fantasmalmente por Los Callejones y a veces resultaba difícil poder ubicarla, lo que parecía hacerla aún más misteriosa e interesante. Peregrinaba como una mariposa nocturna por los prostíbulos, garitos, moteles, burdeles y quintas de recreo formales e informales, convirtiéndose en parte en el paisaje nocherniego de ese Santiago que ya no existe. Y continúa el cronista, en su nostálgica descripción:

Eran sus amigos los poetas que tranqueaban en busca de la madrugada y de su pretexto para beber un trago más a unas cuantas palabras amables; los ladrones emboscados en todas las aceras, ciertos policías y algunos pijes con el orgullo de la primera llave para salir de noche. La “Loca Marión” les entregaba su afecto, a veces su dinero, y muy de raro en raro su verdadero amor. ¿Por qué? Cierto amanecer ella me lo dijo: “Por eso me dicen La Loca, pus tonto: Porque me voy con quien quiero...”

Se sabía que Marión comenzó su carrera de luces rojas como nudista, empezando a hacerse un nombre importante en los círculos de clientes y cabronas ya en esos años. Contaban también que su presencia en las esquinas del barrio podía volverse escándalo para el grupo más conservador y religioso del vecindario; ese que, de camino a la iglesia para la misa dominical, debía caminar cada mañana pateando las botellas, serpentinas, vasos y demás restos de las fiestas de madrugada.

Los viejos agregaban que, en alguna época, se hablaba de la Loca por allí como un personaje para asustar a los niños que merecían castigo de verdugos terroríficos por no comerse toda la cena o no tomarse sus medicinas. A falta del Cuco o del Viejo del Saco, entonces, si no se portaban como correspondía a los estándares del hogar, se los podía llevar temida la Loca Marión. Es difícil confirmar ya si este chisme fue cierto, sin embargo.

La escurridiza y acechada mujer vagaba por sus dominios oscuros del barrio como un alma en pena, o acaso como una gata en celo buscando a su próximo galán. Ocasionalmente, también lo hacía como una reina, paseando segura y soberbia en los jardines de su palacio. Si Marión era su nombre de pila real como se creía, tampoco se sabrá ya con certeza… Y algo de loca tenía en realidad, ganándose con justicia el apodo.

Ella surgía de entre la noche vistiendo con pieles y largos trajes que intentaban mezclar, vanamente, la elegancia y la sensualidad ya en retirada. Pero Morales Álvarez recuerda que, a veces, aparecía también vistiendo míseros harapos en lugar de sus prendas con aspiraciones glamorosas, pareciendo más bien una vagabunda que, pese a todo, seguía esforzándose en tratar de parecer atractiva. Las sombras de la decadencia y de la hora del ocaso ya estaban proyectándose sobre ella en aquellos momentos de la vida, disimulados por maquillajes y por su fuerte carácter.

La existencia miserable y dolorosa más íntima de Marión, tan bien representada en la cicatriz de su rostro escondida bajo el pelo y la oscuridad nocturna, pareció esfumarse con el mismo final del barrio Los Callejones, incapaz de soportar su propio ocaso como vecindario y sufriendo los cambios que trajo el progreso a algunas de sus cuadras interiores y manzanas adyacentes, como la construcción de un centro educacional por el lado de avenida 10 de Julio. Para los primeros años de la década del sesenta, poco y nada quedaba ya de aquella singular epopeya de la remolienda chilena en aquel lugar de Santiago, aunque algunas casitas de huifa intentaron permanecer en actividad desafiando al destino. Las campañas para cerrar y destruir los famosos burdeles de ese y otros barrios capitalinos fueron más fuertes que cualquier voluntad o tradición, retirando a la fuerza las actividades a las prostitutas ya entradas en la vejez y sin posibilidad de reinventarse en el rubro, apagándole los últimos combustibles de su vida como las velas de una gran ofrenda fúnebre, especialmente tras la llegada del colegio Confederación Suiza al lugar y la demolición de varios de los pecaminosos inmuebles.

Hubo otras bailarinas de cabarets y prostitutas, de generaciones posteriores, que intentaron darle un nuevo capítulo al nombre Marión dentro del rubro, tomando para sí el pseudónimo y generando con esto algunas confusiones sobre la identidad y el destino que tuvo la enigmática y original mujer, si acaso ese era el suyo y no otra de las frecuentes “chapas” artísticas del ambiente. En consecuencia, nadie sabe con exactitud qué sucedió con aquella Loca única e incomparable: simplemente, se la tragó la noche del tiempo, esfumándose entre los recuerdos y las tinieblas.

Quizá la Loca de las noches desveladas y guitarreadas encontró por fin al hombre de sus sueños, ya en la madurez, o casi en el retiro más bien, cuando ya parecía perdida su incansable búsqueda. Se evaporó, así, sin dejar huellas, desapareciendo abruptamente de su sendero sobre la arena del tiempo, como lo haría un recuerdo frágil, etéreo, apenas rescatado por un puñado de ex comensales de Los Callejones y sus boliches.

Como sea que haya recibido las páginas de su destino, el recuerdo de aquellas trágicas mujeres como Marión, contra lo esperable, quedó impregnado en tan antiguos barrios de la ciudad convirtiéndose así en parte de una gran leyenda urbana que, de alguna manera, también enriquece el pasado de estas cuadras perdidas, particularmente las de 10 de Julio en el viejo Santiago… 

Cuadras en las que ya ni siquiera algunos testigos de entonces estaban tan seguros de la existencia de aquella ninfa, traicionados por la desconsoladora fragilidad de la memoria humana.

Comentarios

  1. 👏👏Que bello relato👏👏 estrenamos StgoB.cl amigo Criss para que navegue por el barrio, un abrazo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

JOSÉ MIGUEL Y RICARDO DODDS: LA LEYENDA DE LOS VADULLI EN LAS CALLES DE ARICA

JUANITO PUNK: “EL ÚLTIMO DE LOS MOHICANOS”

SALUSTIO SÁNCHEZ OTEÍZA: EL HOMBRE INCANDESCENTE