ROQUE O’HIGGINS: ¿EL BISNIETO DEL PRÓCER DON BERNARDO?

Eran los años del Frente Popular en Chile, en plena Segunda Guerra Mundial, y un sorprendente hecho de origen circunstancial puso en conocimiento público la existencia de un personaje insólito, el que provocó cierta atención de las noticias en esos días luego de que alguien lo descubriera al reconocer su inconfundible apellido... Fue un hecho infravalorado por la historiografía o, acaso, un bien urdido truco comunicacional, casi cercano a famosos fraudes como el del falso Billy The Kid o la Anastasia de Rusia impostora.

Fue un protagonista de las calles, precisamente, el que se llevó la atención pública en este curioso caso, desatando de inmediato las discusiones: para algunos, pues, se trataba de un auténtico heredero de la estirpe irlandesa del prócer chileno de la Independencia, dom Bernardo O'Higgins Riquelme; para otros, en cambio, no fue más que uno de los mitómanos con mejor y más convincente libreto que haya embaucado a la prensa chilena, a veces tan prolija y ejemplar, pero en otras tan irresponsable y poco rigurosa.

Sucedió que, un día de aquellos, apareció en un centro de atención de ancianos un abuelo muy delgado y de pelos canos: el abuelo vivía prácticamente en la indigencia en el Santiago de entonces, vestido precariamente con ropas raídas y con su rostro surcado por grietas de toda una vida dificultosa. Sobrevivía en condiciones de extrema pobreza que sólo en parte pudieron ser resueltas por entonces, con algunas ayudas particulares y asistencias después de hacerse conocido.

Sin embargo, aquella situación que no era inusual entonces, ni lo es todavía en el mundo de la vagancia callejera, tenía el detalle asombroso, que hizo saltar la noticia en los medios de prensa: el anciano casi indigente se llamaba Roque O'Higgins Marambio, aseguraba estar ya cerca de cien años o más sin saber con exactitud su edad y juraba ser… ¡el bisnieto del mismísimo prócer de la patria, el general O'Higgins!

La historia de don Roque es extraña y oscura, difícil de digerir, y resultó tan fugaz como lo que duró el interés de los medios por su increíble aparición desde la oscuridad más completa en la que vivía. Es, por lo tanto, uno de los enigmas callejeros más curiosos que han pasado por la capital chilena, además, a pesar de que nadie lo recuerda ya.

Se trataba de un hombre prácticamente desconocido, pero su apellido debió las miradas de inmediato, siendo llevado ante autoridades de Carabineros de Chile para que constataran su situación, y desde allí al centro de atención. Si no fuera quizá por pequeñas notas sobre su caso, publicadas medios como “La Nación” y coincidiendo con el aniversario del natalicio del héroe (algo que genera suspicacias, por cierto), el insólito personaje no habría saltado a los medios y jamás habría dejado registro público de su existencia. Este periódico, en su edición del martes 20 de agosto de 1940, explicaba a los lectores:

Don Roque O’Higgins vive en la calle Cortés 3020, Población San José, en compañía de su nieta, la señora Teresa Humeres O’Higgins, y de un hermano por parte de madre de esta última, que los mantiene pecuniariamente. Su escasez de entradas hace que la vida para estas personas se haga sumamente difícil.

Informaba la nota también que, hacia las 17 horas del día anterior, un delincuente juvenil llamado Francisco Pérez Urzúa, en estado de ebriedad, hurtó dinero a un transeúnte pero fue observado por doña Teresa, vecina del mismo barrio, instándolo a que devolviera el dinero. El muchacho respondió atacándola con un cuchillo y ella intentó escapar, siendo herida en su brazo izquierdo. Roque apareció en la escena tratando de defenderla hasta donde su senilidad se lo permitió. A continuación, dos carabineros, Enrique Molina y Juan Valdés, lograron dar captura al delincuente en la esquina de Los Padres con Cortés.

Cuando se tomó el nombre de los testigos y luego los involucrados fueron llevados a la 13ª Comisaría para tomar testimonio, los mencionados carabineros y el oficial de guardia, teniente Tulio Arnechino Godoy, se impresionaron con el apellido del anciano, quien decía provenir del propio prócer.

El pobremente vestido anciano, que tenía movimiento temblorosos, dificultades para hablar y mostraba ya algunos rasgos de dificultades en su memoria haciendo largas pausas para responder, fue interrogado por los funcionarios y luego por los reporteros, a quienes confesó, para “La Nación”:

He vivido como en un sueño. Casi nunca digo mi verdadero nombre, porque me creen loco. Hace poco supe por los diarios que en el Perú se hallaba un pariente de Bernardo O’Higgins, y que iba a venir a Chile. Sin embargo, tampoco me di a conocer. Y no lo habría hecho nunca si no me lo hubieran preguntado los Carabineros, esta tarde.

Poco después, la noticia estaba en la revista “En Viaje” de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, en septiembre siguiente, y también aparecería en la revista “Ercilla”.

Roque con los carabineros que lo atendieron. Imagen publicada por revista "En Viaje".

Noticia publicada en el diario "La Nación", justo en las celebraciones por el natalicio del prócer.

De acuerdo a lo poco que pudo obtenerse explorando su frágil memoria y mediana lucidez, Roque era hijo de una relación de doña María Marambio (fallecida a los 115 años) con un nieto de don Bernardo, según aseguraba. Habría nacido en Japón, pero después se vino solo a Chile, a los 15 años. Siendo muy joven y hallándose en Rancagua, fue movilizado y participó en la Guerra del Pacífico, particularmente en los combates de Arica (1880) y Chorrillos (1881), por lo que habría sido también veterano del 79. De este modo, sus créditos históricos cruzaban toda la principal narración del Chile del siglo XIX.

Roque, sin embargo, fue un hombre con algo de desarraigo, muy dado a la vida andariega y, al parecer, también a estar desplazándose sin poder establecerse más que por períodos breves en cada sitio. Sólo la decrepitud lo había detenido, a esas alturas. Además, decía que en algún momento fue poseedor de minas de oro que descubrió personalmente y con las que pretendía lograr alguna fortuna, pero errores y malas sociedades lo llevaron a perderlas.

Como sea que debía ser escrita su biografía, don Roque cayó en la miseria y pasó su larga vejez en esta situación, casi completa, algo no muy distinto de lo que vivieron muchos hombres que tomaron el uniforme durante los años de la guerra salitrera, como es sabido, en caso de haber sido cierta su afirmación de que participó de la Guerra del 79.

Asombrados por su testimonio e intentando hacer calzar cronológicamente sus aventuras, ciertos medios de comunicación de la época llegaron a cuentas asombrosas y casi absurdas sobre su supuesta edad, calculándola en 100, 120 o más años en ciertos casos, haciendo más perturbador aún el asunto, además de algo irrisorio en estos alcances. Lo cierto es que las pocas imágenes que se conservaron de don Roque, dan la apariencia de un hombre cercano a los 80 años, algo verosímil con su versión de haber sido veterano de la Guerra del Pacífico en la adolescencia.

Decía también que, a principios del siglo XX, había sido ubicado por cinco caballeros influyentes de la época, probablemente personajes relacionados con la actividad política o intelectual, quienes confirmaron sus vínculos familiares con el prócer de la Independencia de Chile y Perú. De esta manera, fue presentado ante el propio presidente Pedro Montt Montt, cuando se aproximaban las celebraciones del Primer Centenario, en las que hubo una gran exaltación de la figura del prócer O'Higgins. La intención de llevarlo al Palacio de la Moneda era, además, que se le asistiera con alguna pensión o ayuda que lo sacara de la opaca pobreza en que vivía ya entonces.

Roque agregaba, sin embargo, que toda la documentación que acreditaba el porqué de su apellido y que le había sido proporcionada años antes por el general Manuel Baquedano (tras haber estado bajo sus órdenes en la guerra, se supone) le fue arrebatada en aquella ocasión de 1910 y la autoridad ordenó destruirla en el fuego, por razones que el afectado jamás comprendió, ni le fueron explicadas. “Desde entonces nunca más he dicho cómo me llamo, porque me trataron de loco”, diría a su entrevistador en “La Nación”.

Quizá, su caso se haya tomado por entonces como el de otra de las acusaciones que los adversarios de don Bernardo le han reprochado insistentemente al héroe sobre hijos no reconocidos y “guachos” perpetuados por él, aunque Roque aseguraba recordar que sus padres le decían desde niño que la familia O’Higgins siempre sería perseguida en Chile. El punto es que el anciano aseguró ya no poseería más las pruebas de dicha relación popular que decía tener.

Luego de 30 años sumido otra vez en el olvido y hasta mendicidad, fue redescubierto casualmente esa tarde de ese lunes 19 de agosto de 1940 y, a continuación, se convirtió en una efímera celebridad, recibiendo algo de ayuda para sus difíciles condiciones de vida. Todavía se hablaba de él en algunos medios, pocos años más tarde, como en el diario “El Labrador” de Melipilla del 22 de agosto de 1945, aunque nunca pasó de ser más que una rareza inverificable.

Visto desde hoy, el caso de Roque O’Higgins podría inspirar algunas sospechas razonables. Fuera de que la revelación de su existencia se hizo justo en el período de grandes fiestas del natalicio de don Bernardo, que por entonces eran una especie de ensayo de las Fiestas Patrias del mes siguiente, se organizaban colectas públicas para realizar obras de conmemoración del prócer que ya estaba cerca de cerrar el centenario de su fallecimiento. Este nieto, entonces, cobra características de celebridad justo entre este tránsito desde la efeméride del natalicio y las fiestas del 18 de septiembre.

Cabe recordar, además, que por los mismos meses en que se conocía la historia del anciano mendigo, la ciudad de Santiago se había enterado -también por la prensa- de la existencia de doña Carmen Angélica Ávila Carvallo, familiarmente vinculada a dos héroes de la Independencia: era nieta confirmada por lado paterno del teniente Francisco Ávila, uno de los patriotas de la Batalla de Maipú del 5 de abril de 1818 y de las campañas en Perú, y por lado materno sobrina del mayor Narciso Carvallo, con participación en la exitosa campaña de Freire en Chiloé, en el combate contra la pandilla de Los Pincheira y en las acciones militares de la Araucanía, hasta 1833. A sus 65 años, doña Carmen vivía miserablemente en una modesta pieza de calle Dardignac, por lo que se hicieron llamados y se organizaron campañas para poder asistirla económicamente y devolverle la dignidad a su vida.

Sin embargo, como contraparte a lo expuesto recién, también es cierto que por aquellos años de la República, en el período del natalicio del prócer y sus fiestas conmemorativas de las que hoy sobrevive solamente una muy opaca y tímida manifestación comparada con las de entonces, no era raro que la prensa descubriera la existencia de varios otros descendientes o parientes lejanos del prócer, aunque no queda duda alguna de que el caso de don Roque había sido el más interesante de todos los que llegaron a conocerse al respecto, no sólo durante ese período.

A pesar de todo el interés del momento, Roque regresó a la oscuridad y desapareció otra vez, no demasiado tiempo después, siendo olvidado de nuevo por la nuestra sociedad que con tanta dificultad retiene información, nombres, hechos y emociones. Su decisión, según el mencionado diario “El Labrador” de 1945, se debió a que “cuando dice que es pariente del prócer, lo creen loco, por eso prefiere vivir en su pobreza y el olvido”. Optó volver al anonimato, en otras palabras.

El enigma de Roque O'Higgins Marambio nunca quedó bien explicado y su leyenda se disolvió sin que aparecieran nuevas noticias desmintiendo o confirmando su parentesco con don Bernardo. No hay discusión, sin embargo, en que se trató de uno de los episodios más extraños y curiosos de la historia de los personajes salidos desde las calles de la capital chilena.

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