POLIDORO YÁÑEZ: AL RESCATE DE NIÑOS DESDE EL INFIERNO

El caso de Polidoro Yáñez Andrade ha comenzado a ser redescubierto y revalorado muy recientemente, a pesar del indigno olvido en el que había quedado su esfuerzo y -por qué no decirlo- también su legado. Pocas obras llegan a ser tan conmovedoras y dignas de un guión social como la que protagonizara este desconocido señor, aún muy mal premiado por la memoria histórica y ajeno a todo memorial público dedicado a su actuación benefactora.

Yáñez, quien llegó a ser miembro de la Comisión de la Dirección de Protección de la Infancia del Ministerio de Salud, había nacido en la zona centro-sur del país y era hermano del destacado médico y científico Parmenio Yáñez, recordado como uno de los precursores de la biología marina académica en Chile. Contrajo matrimonio cuatro veces a lo largo de su vida y tuvo varios hijos, pero una terrible herida marcó su paternidad en Chillán, en 1939, al perder tres pequeños hijos en el catastrófico terremoto del 24 de enero de ese año. Más de 5.600 víctimas más cayeron ese aciago día.

Don Polidoro jamás pudo superar el dolor de aquella tragedia, que con frecuencia provocaba en él momentos de llanto íntimo, mantenidos incluso hacia el final de su larga existencia. Sin embargo, supo canalizar la pena y orientarla hacia algo positivo: a la campaña de ayuda que había desplegado para los niños desvalidos y en situación callejera, especialmente lo que vivían en el sector del río Mapocho en Santiago, a los que conoció trabajando ya como funcionario público en la capital.

Debió ser toda una curiosidad de la época cuando, a principios de la década del cuarenta, se hizo común ver a Yáñez reuniendo a los pelusas del Mapocho y del barrio de los mercados, para instarlos a suscribirse a su proyecto de organización benéfica. Debe haber llamado la atención también que un hombre elegante, de terno y de aspecto muy europeo, de ojos verdes y muy alto para los estándares de la época, descendiera periódicamente al cajón del río, entre cajones de hortalizas o se acomodara en los pretiles de los puentes metálicos para conversar con esos chiquillos andrajosos que, en la mirada inquisitiva de la mayoría de los santiaguinos de entonces, no deben haber sido más que pequeños delincuentes, mataperros revoltosos y futuros criminales sin posibilidad de redención.

Se trataba, pues, de niños sumidos en la miseria más penosa y grotesca, provenientes en su inmensa mayoría de hogares destruidos, si acaso existían estos. Se ganaban la vida con pequeños robos, mendicidad y vendiendo huesos o maderos que arrastraban las aguas del río. La descripción más cruda que se haya hecho de ellos en la literatura proviene de uno de esos mismos chiquillos, precisamente: Alfredo Gómez Morel, en su obra “El río”. Allí proporciona a la lectura todas las características del infierno en que vivían los pelusas del Mapocho: abandono, desprotección, delincuencia, pandillismo, abusos sexuales, prostitución, haraganería, violencia, etc.

Vista del sector de Barrio Mapocho y del río Mapocho hacia el año 1920, sector del actual Puente Padre Hurtado. Fotografía correspondiente al archivo Chilectra.

Muchos de los niños del sector de los mercados de Mapocho habían sido chiquillos escapados de conventillos y hogares mal constituidos, para encontrar una forma de vida nueva entre los pelusas y pandilleros (Fuente imagen: “Niños de Chile”, Cecilia Urrutia, 1972).

Niños mendigos del Mapocho, los "cabros de río", hacia 1970. Imagen actualmente en las colecciones fotográficas del Museo Histórico Nacional.

El experimento que ahora intentaba llevar adelante Yáñez con ellos, consistía en la sociedad nuclear de una suerte de comunidad de pelusas, los que trabajarían mancomunadamente para salir adelante y sacar a otros de la misma situación. Se inscribe, de esta manera, en una generación de proyectos pioneros ejecutados al respecto en el siglo XX, algunos con más éxito que otros, como una casa de acogida implementada por el gobierno del Presidente Pedro Aguirre Cerda, la llamada la Posada del Niño, además de una colonia agrícola experimental dirigida por Carabineros de Chile, que quizá pueda ofrecerse como un antecedente de la futura Fundación Niño y Patria. Faltaba un poco aún para que el sacerdote y actual santo, Alberto Hurtado, valiéndose de la experiencia reunida por todos estos ensayos previos -incluido el de Yáñez-, lograra fundar el Hogar de Cristo.

Con sus sesiones de entrevistas y esfuerzos en terreno, don Polidoro conoció de cerca el problema de los abandonados del Mapocho, gracias a los testimonios de sus propios protagonistas. Los “cabros de río”, como se les llamaba en la jerga del hampa, ya entonces residían y compartían sus miserias en las famosas “caletas” mapochinas.

Su actividad benefactora allí involucraba también buscar formas de ayuda que facilitaran atraerlos y evitar el rechazo o desconfianza casi innatas de muchos de ellos, en ocasiones repartiendo caramelos para que se acercaran. Sus apariciones constantes en el barrio de Mapocho, entonces, lo fueron haciendo conocido y respetado entre los locatarios de los mercados y las ferias riberanas, llamando la curiosidad de la gente y facilitando un poco la posibilidad de recibir aportes de los comerciantes, como algunas vituallas para su colonia de pelusas.

El amplio radio de acción de Yáñez era entre los puentes Pío Nono y Bulnes, llamando a los niños y adolescentes de ropas sucias y pies descalzos que encontraba, logrando persuadirlos de no rechazarlo y de contener sus impulsos indómitos o desconfiados que naturalmente fluían entre estas comunidades de rapaces vulnerables, o mejor dicho ya vulnerados. Había quienes, motivados a darle algún aporte, partían a buscar al alto señor en estas mismas calles y puentes, pues llegó a ser algo típico encontrarlo por este tramo del río Mapocho hacia 1940.

Los sinsabores y las ingratitudes, sin embargo, estuvieron presentes durante toda su cruzada. La incomprensión y hasta manifestaciones de reconcomio a sus propósitos, hicieron el resto. A pesar de todo, el extraordinario protector no se amilanaba y continuaba desplegando esfuerzos loables, tanto para sacar a los niños de las calles como para conseguir los apoyos.

De esa forma, con actividad ya establecida más formalmente hacia 1943 o 1944, Yáñez había dado forma a su aspiración: una colonia productiva agrícola y leñadora, integrada esencialmente por pelusas, consiguiéndoles empleos en obras públicas a los mayores, como trabajos de construcción de caminos a cargo de obreros más avezados o bien en pequeños encargos de carpintería, también bajo supervisión de los maestros. Su idea era que jamás debiesen volver a las calles y quedaran capacitados laboralmente para asegurar su subsistencia, insertos así en la sociedad. 

Su campamento para los niños rescatados era una comunidad llamada Colonia del Mapocho, y la forma de organización interior, estructurada también dentro de sus propios miembros y en forma jerárquica, fue conocida como el curioso nombre de República de los Pelusas. Tenía su sede en un terreno ubicado en avenida Ossa hacia el sector de Bilbao, en donde, los niños de la colonia trabajaban en la explotación de un pequeño bosque y mantenían huertos agrícolas, al parecer para su propio consumo y también para modestas ventas. Llegó a tener unos 140 chiquillos suscritos y participando de esta comunidad, en su mejor momento.

Cabe señalar que los niños en situación de total carestía y de indigencia sumaban sólo en Santiago un desolador número de 5.000, según publicaba “El Diario Ilustrado” del 2 de febrero de 1944. La misma redacción de este medio veía con poco optimismo las posibilidades de éxito del ambicioso plan de Polidoro con los chiquillos, tomando en consideración el fracaso de algunos experimentos anteriores con similar objetivo

No estaban distantes del realismo los más pesimistas, sin embargo: Yáñez logró que algunas autoridades visitaran su colonia de avenida Ossa y conocieran in situ su plan de trabajo, siempre esperando en vano alguna clase de financiamiento y compromiso de apoyo por parte del apático Estado. Casi invariablemente, sin embargo, sus peticiones caían en oídos sordos, a pesar de que su caso llegó incluso a las exposiciones hechas por parlamentarios simpatizantes de la Colonia del Mapocho en el Congreso Nacional. En 1946, por ejemplo, se denunciaba en la Cámara que su labor no contaba con apoyo de ninguna institución, pero parece que a nadie sensibilizó este llamado.

Retrato fotográfico de don Polidoro Yáñez Andrade. Imagen fotográfica facilitada por su hija Perla Yáñez Cuadra.

Niños pelusas del barrio Mapocho, en el Puente los Carros. Imagen de los bancos fotográficos del Museo Histórico Nacional.

La falta de soporte financiero fue un calvario constante para el proyecto de Yáñez, desde el inicio del mismo. Aunque supo lidiar estoicamente con las carencias, llegó el inevitable momento en que esta cojera se convirtió en un problema insalvable, ya agotados todos sus recursos y sin poder conseguir más colaboradores. Así, su hermosa utopía comenzó a agonizar víctima del desdén y la desidia. Por esta razón, en una edición de 1947 del diario “Fortín Mapocho” de los comerciantes veguinos, a pesar de reconocer sus arrojos, se reclamaba que estos ya no surtían los efectos esperados entre los niños del río y que, al poco rato de sus reuniones permanentes con los pelusas en los puentes, estos reaparecieran por calles y puestos del comercio vagando o cometiendo fechorías.

Todavía en 1948, el esforzado Yáñez intentaba conseguir alguna forma de apoyo por parte del gobierno, a través de una carta enviada al propio presidente Gabriel González Videla, buscando convencerlo de que su colonia podía expandirse a los rubros agrícola, pesquero, forestal, ganadero e industrial, creando así una fuerza de trabajo y progreso formada enteramente por estos chiquillos sacados de la vagancia y la calle. Empero, poco podía esperarse a esas alturas de un gobierno que navegaba sobre fuerte agitación política y distracciones sociales complejas de esos años. La respuesta fue frustrante, como no podía ser de otra forma.

Sin más naipes en la mano, entonces, esa utópica República de los Pelusas con presidente, ministros y consejeros elegidos entre los propios niños, acabó derrumbándose con los sueños de Yáñez en Santiago, a pesar de su terquedad y negativa a renunciar a su cruzada contra la vagancia infantil a través de la articulación eficiente de colonias productivas.

La Colonia del Mapocho y su ilusoria forma interior de gobernabilidad, sin embargo, no fueron una aventura con resultados vanos, a la larga: trascendieron como una de las principales inspiraciones en el camino de pruebas y errores para llegar al Hogar de Cristo, de San Alberto Hurtado, según reconocen sus biógrafos como el teólogo Samuel Fernández. Y siguieron a este otros logros por la misma línea, como la Fundación Mi Casa y la Fundación Niño y Patria, entre otras experiencias solidarias correspondientes a las necesidades que tenía un Chile muy diferente y distante al de nuestros días.

A Yáñez nunca dejó de quitarle el sueño el tema de la indigencia y los niños, en tanto: ya cerca del retiro profesional, decidió regresar a Chillán y allá, en el río Ñuble, trató de reactivar su proyecto de colonias productivas. Nuevamente, la incomprensión y el choque de intereses volvieron a acosar sus esfuerzos, sin embargo, cuando a fines de los años sesenta se vio enfrentado con extractores de arena y ripio en una isla que arrendaba en las cercanías del Puente Ñuble, por estas mismas razones.

Como el concepto de la rendición nunca estuvo en su diccionario, no cejó esfuerzos y, al retornar la democracia estando ya muy anciano, seguía intentando motivar a las autoridades con la propuesta de establecer modelos de colonias productivas para niños y jóvenes en situación de pobreza y en riesgos sociales, escribiendo una intensa correspondencia, pero recibiendo escasa respuesta.

Sólo la muerte, en ese mismo período, pudo apartara a don Polidoro de aquellas inquietudes que acompañaron toda su vida de lucha casi quijotesca contra gigantes reales y no molinos, convencido de tener la solución al nido de las miserias y de la destrucción de tantos niños en situación de marginalidad.

Aunque la senda de trabajo del filántropo que paseaba su campaña por puentes y avenidas riberanas de Santiago fuera retomada y perpetuada por otros benefactores del país, la ironía es mientras el padre Hurtado se ganó la canonización, Polidoro Yáñez sólo consiguió el olvido.

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