SALUSTIO SÁNCHEZ OTEÍZA: EL HOMBRE INCANDESCENTE

"Era un hombre fúnebre, de brazos rígidos, metido en levitón de corte arcaico y tocado de un colero prehistórico. Parecía de esos modelos de aserrín que tienen en los museos de la vestimenta para indicar cómo se vestían los caballeros en tiempo de Maricastaña" (Joaquín Edwards Bello en revista "Zig-Zag" del 15 de enero de 1955, artículo "Agenda 1900").

El Santiago de inicios del siglo XX, hasta más o menos los días de la Gran Guerra, conoció en sus calles a un personaje que causó gran atención de intelectuales y bohemios, saltando su memoria a las líneas de ciertas obras literarias de algunos de los más importantes escritores nacionales que tuvieron la suerte de conocerlo: don Salustio Sánchez Oteíza.

De entre los varios bichos raros que rondaban la ciudad capital por aquellos años, el extraño y algo controvertido señor destacaba especialmente, al punto de que su excentricidad lo convirtió en un símbolo del centro de Santiago y de la sociedad de entonces. Y aún cuando el principal radio de acción de tan singular personaje era cerca de la Catedral Metropolitana, el Correo Central y la Plaza de Armas, don Salustio sería, acaso, uno de los primeros emblemas humanos surgidos en el período de la construcción de la estación de trenes de Mapocho, en tiempos de grandes modernizaciones de la ciudad acercándose al Primer Centenario nacional.

Viejo balmacedista, don Salustio pertenecía a épocas anteriores, sin embargo, tiempos que ya eran viejos para entonces, quedando como una curiosidad del pasado para aquellos nuevos y pujantes momentos del país. Por sus curiosas características, discurso y modales, al inquieto Salustio lo llamaban el Incandescente, en especial aludiendo al aspecto de “luminaria” que aseguraban reconocer en su rostro y estampa. Entre otros muchos desvaríos, se contaba que era conocedor de un método alquímico que le permitiría extraer platino del aire.

Según comentó una vez el Dr. Héctor Orrego Puelma, Salustio habría sido prestamista o “jurero” (persona que trabaja prestando falsos testimonios o avales), lo que explicaría su diaria e infaltable presencia en las calles, buscando interesados. Sus clientes siempre sabían encontrarlo en un lugar específico a ciertas horas del día, hacia 1910, como en la esquina de Huérfanos con Ahumada, en donde está el Banco de Chile. Las palabras del Dr. Orrego están reproducidas en la obra compilatoria de Alfonso Calderón “Según pasan los años (entrevistas, retratos, recuerdos)”.

Sin embargo, Calderón también dedica algunos comentarios de su propia inspiración para el personaje en sus obras “Memorial del viejo Santiago” y “Memorial de la Estación Mapocho”, agregando detalles de su descripción en esta último: “Sus pantalones acordeonados y los puños redondos con colleras de fierro le proporcionaban un apoyo estético muy particular”. Gonzalo Vial Correa, en tanto, lo definió como uno de los locos más célebres de la capital, en esos años, en su "Historia de Chile. 1891-1973".

En “Un mundo que se fue”, Balmaceda Valdés lo recuerda “de levita cruzada y sombrero de pelo, jamás faltaba en el paseo matinal del centro”, agregando que fue “el más original, enigmático y al parecer inofensivo personaje ambulante de la ciudad”, dando vueltas por las céntricas calles a un paso pausado, lento y siempre solitario, “contemplando con su filosófica mirada cuanto pasaba a su alrededor, sin inmutarse y a lo más retorciendo a dos manos sus poblados bigotes a lo galo cuando pasaba alguna damisela que picarescamente le guiñaba un ojo”.

El mordaz Joaquín Edwards Bello tampoco contenía su ironía a la hora de describir al personaje querido por todos, en un texto de la revista “Zig-Zag” del 15 de enero de 1955 (“Agenda 1900”): “Parecía de esos modelos de aserrín que tienen en los museos de la vestimenta para indicar cómo se vestían los caballeros en tiempo de Maricastaña”. Su sombrero de copa o colero era tan característico que el semanario satírico de Santiago “El Cascabel”, en su edición del viernes 31 de mayo de 1907, informaba con desbordada sorna:

Nueva Sociedad:

Se dan actualmente los pasos necesarios a fin de organizar una Sociedad para adquirir el colero de don Salustio Sánchez Oteíza, alias el incandescente, natural de Pelehue.

Este precioso fósil (el colero, se entiende) será obsequiado al Museo Nacional.

Presumiendo siempre haber dado con tecnologías fantásticas, hacia el Centenario anunció una demostración asombrosa en el Parque Cousiño: la elevación de un coche de materiales ligeros al que agregó unas alas de tela y una hélice, montándolo en la cima de una gran rampa, según detalla Roberto Merino en “Todo Santiago: Crónicas de la ciudad”. El costalazo que decían se dio en el intento, compensó ante el numeroso público la frustración de no ver volar semejante armatoste. 

 

Don Salustio ya en sus tiempos de barbas canas, retratado sobre uno de sus juguetes en el Parque Cousiño en imagen publicada por la revista "Zig Zag" en 1910.

Vieja imagen de la revista "Zig-Zag" del 20 de junio de 1914, en donde se observa un grupo de personas mirando el caudal crecido del río Mapocho con "el Incandescente" a la cabeza. "El famoso 'Incadescente' y un númro de curiosos contemplando el ímpetu de la corriente", decía el pie de foto.

Esquina de calle Ahumada con Nueva York, hacia 1924. Barrios céntricos de la capital chilena, por los que solía deambular el misterioso pero conocido personaje.

Otro semanario humorístico llamado “El Cocoroco”, del periodista Armando Hinojosa, también publicó una sátira titulada “Pro-candidatura Fernández Peña” en su N° 8 de 1912, definiendo una imaginaria acta de la “sesión político-pedagógica, celebrada últimamente, presidida por el doctor Fernández Peña, con asistencia especia de El Incandescente”. Decía el jocoso texto:

Fernández P.- (Agitando la campanilla) Ruego al señor Incandescente que suprima sus circulares e higiénicos paseos alrededor de la sala, a fin de que podamos abrir esta solemne sesión.

(El Incandescente venciendo su natural instinto rotario y levantando –con sin igual donosura- los faldones verdosos de su levita popular, toma siento en un sillón de mimbre y quédase mirando al presidente, sin sacarse el colero).

Fernández P.- En nombre de la pedagogía, se abre la sesión.

Varias voces.- ¡Bravo! ¡Muy bien! (…)

El Incandescente.- ¡Bravo! (quiere aplaudir, pero con el movimiento pierde el colero su posición perpendicular y amenaza caer, poniendo a la sala en peligro inminente de ver a don Salustio a cabeza pelada. El Dr. Fernández toca la campanilla y se sacude las barbas con nerviosidad. Un joven profesional que hace de secretario, retírase prudentemente).

La misma revista “El Cocoroco”, en su N° 14, volverá a reírse sin piedad de don Salustio, esta vez en su sección titulada “Estacazos”, a propósito de un caso policial:

Este país no tiene salvación: ¡cada día va de mal en peor; aquí no hay vergüenza, ni dignidad, ni decoro, ni nada!...

Estas palabras, que podrían haber sido dichas en el Parlamento por cualquier brillante orador, eran la airada exclamación con que don Salustio Sánchez Oteíza dejaba escapar las iras de su patriotismo herido, al imponerse por los diarios de la forma en que había sido aprehendido el picante cajero del Banco de Chile.

-¡Esto nos desprestigia en el extranjero! exclamaba furibundo, ensartando con el índice de la mano derecha la página del diario que refería la captura de Pimentel.

-¿Qué cosa nos desprestigia, don Salustio?

-¡Qué ha de ser! ¡Hemos perdido lo único que nos quedaba! ¿A quién se le ocurre escamotear doscientos mil pesos para que luego lo pillen tomando chicha y comiendo sándwich en la calle de Concepción?... ¿Qué se va a decir de nosotros?... ¿En qué queda nuestra honrosa fama de gallos padres? ¡Dejarse sorprender con ciento noventa y cinco mil pesos en los bolsillos, es ultrajar la tradición, desmentir nuestra característica fundamental, desprestigiar la “especialidad de la casa”, que desaparece hoy como desaparecieron ayer la libertad electoral, la integridad del territorio y otras tantas gloriosas conquistas del pasado!... ¡Habráse visto!... ¡Y todavía hay quien dice que falta el circulante!...

Pues no, señor, no falta el circulante, y don Salustio, como queriendo confirmar su afirmación, volvió a reanudar con entusiasmo pedestre su circular paseo de todas las tardes.

Casa matriz del Banco Central en Huérfanos 930 llegando a Estado, sector por el que solían rondar don Salustio buscando clientes. Funcionó como principal sede del banco hasta 1926, cuando se mudó muy cercan a su espacioso edificio de Ahumada. Fuente imagen: "Banco de Chile patrimonio de todos los chilenos", de Patricia Arancibia Clavel.

Revista "Sucesos", despidiendo a don Salustio en su edición de agosto de 1917.

Continuación del homenaje póstumo a don Salustio, en revista "Sucesos", con aspectos sobre su vida y su leyenda.

El célebre escultor y pintor Carlos Canut de Bon, asiduo a la incorregible bohemia santiaguina de esos años, también compartió momentos con él  haciéndole sus propias mofas, de paso: confeccionó pequeñas figuritas de don Salustio de cuerpo entero, como amuletos “para la suerte”, repartiéndolas entre amigos y cercanos. Y Jorge Délano, el ilustrador Coke, hizo de él una caricatura reproducida también por medios de prensa y que llevó a don Salustio a tratar de perseguir al ilustrador por las calles amenanzándolo con su bastón, ya en sus últimos años.

Salustio apareció una vez en la revista “Zig-Zag” del 20 de junio de 1914, en la imagen de un reportaje sobre los temporales que habían arrasado recientemente a la capital. Estaba allí mirando las aguas del río, entre unos curiosos, cuando quedó dentro del encuadre de la cámara. Los homenajes para su persona perduraron por años, incluso después de su muerte. Versos dedicados a su recuerdo fueron publicados en 1940, en los “Romances de tierra baja” de Carlos Préndez Saldías:

Sombrero de copa altivo,
aunque pelo no le quede;
corbata en nudo gigante
y larga levita verde,
con las manos a la espalda
y un andar indiferente
Iba don Salustio Sánchez
Oteíza, El Incandescente
mirando como quien mira
rastros de cosas ausentes.

Balmaceda Valdés relata también una broma pesada que le jugaron los muchachones, en el momento del cañonazo de mediodía en el Cerro Santa Lucía:

Por aquel tiempo mi hermano Alfonso, chusco y atlético como brillante oficial de caballería que era, fue incitado por un grupo de amigos, de aquellos que nunca faltaban a la revista matutina del centro, para asaltar al Incandescente junto con dar el cañonazo de las doce. Mi hermano, siempre de ánimo decidido y a quien no arredraban las proezas acrobáticas, se rió del desafío y respondió: Ya verán…

Pues bien, un día cualquiera, a las doce en punto, encontrábase precisamente dicho personaje como enclavado en su esquina predilecta; mi hermano tomó algunos metros de vuelo y saltó a don Salustio poniéndole las manos (algo como los que los colegiales llamábamos salto suplicio) sobre los hombros, con tal presteza y agilidad que apenas consiguió ladearle el sombrero de copa.

Era de ver la expectación y algazara de todos los que miraron la cómica escena mientras "El Incandescente", absorto, no podía darse cuenta de lo acontecido.

Pocos días después vimos en una de estas esquinas a ambos actores conciliados y celebrando Oteíza las oportunas chuscadas de Alfonso.

Siendo tan querido, tan reconocible por todos, y apareciendo en las tardes siempre por el sector del Portal Fernández Concha, todos lamentaron cuando don Salustio falleció. Las fechas reportadas no se ponen de acuerdo entre sí: en 1917 unas versiones, cosa verificable en los obituarios; y 1925 en otras,  claramente imprecisas.

“Su muerte coincidió con la de la luz incandescente, reemplazada por el sistema eléctrico. Se fue al otro mundo con el sombrero de copa sobre el ataúd”, diría Merino.

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