GOYITO, CHAYOMOCO Y MAC KAY: LOCOS Y TONTOS EN LA CHIMBA DE SANTIAGO DEL 1900

El barrio de Recoleta en Santiago fue, en la primera mitad del siglo XX, un territorio extrañamente libertario e indulgente para una ciudad tan llena de rencores como es la capital. Convivían hasta fascistas a comunistas en sus calles, incluso saltando sobre sus diferencias políticas a la hora de tener que defenderse durante escaramuzas, cuando estas sucedían en otros lados de la ciudad.

A pesar de este ambiente pueblerino y fraterno, sin embargo, sus calles y plazas varias veces fueron escenarios de expresiones poco amistosas para las diferencias, aunque vinculados más bien a las cuestiones religiosas mezcladas con el partidismo, de preferencia en plenas elecciones y con elementos externos al barrio participando. Quizá esto también era parte de ese ambiente pintoresco que caracterizaba a la antigua avenida Recoleta y sus villas.

Los barrios de los mercados guardaron parte de aquella inocencia de pueblo, con sus propios personajes y anecdotarios como tesoros. Se sabe que el propio general Manuel Baquedano los visitaba desde muy temprano, acompañado por su asistente el sargento Ortega. Llegaba atraído tanto por los aromas mañaneros de las cocinerías del Mercado Central y por su amistad con los mismos fieles rotos de ambas riberas, que habían estado bajo sus órdenes en la Guerra del Pacífico. “Hay todavía ‘veguinos’ y vendedores de nuestro Mercado que recuerdan sus frecuentes andanzas en torno de las menestras, las guindas y las ‘buenasmozas’”, comentaba Hermelo Arabena Williams en su artículo “Baquedano, exponente de la raza” (revista “Memorial del Ejército de Chile” de septiembre de 1966).

Sin embargo, la mayoría de los personajes de esas calles no fueron tan distinguidos ni condecorados, aunque sí eran los típicos, como el loco y el tonto locales, igual que sucede en cualquier poblado apartado y con firme identidad propia, como recordaba Lautaro García en su obra memorial “Novelario del 1900”, con otro de los escasos registros que existen sobre personajes callejeros pintorescos de la capital chilena de principios del siglo pasado, salvados de la amnesia por el autor.

El primero de ellos, llamado Mac Kay, era apodado también el Loco de las Galletas, quizá asociándolo a la marca de esos bocadillos con el mismo nombre. Era “un señor de rostro enjuto, pequeños ojos negros, que siempre caminaba de prisa”, según el autor. Lo hacía usando un bastón y llevando un gran paquete de cuadernos atados y sostenidos con una asadera de cáñamo. “Era inventor y sátiro de calle atravesada. Las domésticas escapaban a su paso, como huyen las gallinas en los caminos cuando divisan un automóvil”, agregaba el autor.

Le tenían susto a aquel sujeto que siempre estaba desvariando con haber inventado artefactos increíbles, según él, como una bicicleta con alas con la que pretendía lanzarse en vuelo desde la cumbre del Cerro Blanco. Afortunadamente para su integridad, sin embargo, nunca puso a prueba aquel extraño invento, que suena como algo sacado de una actualización delirante de las máquinas voladoras con las que soñaba Leonardo.

El tonto de Recoleta, en cambio, era un sujeto aún más extraño apodado Chayomoco, que poseía un rostro inexpresivo que le hacía parecer ternero, pues “tenía la nariz chata y los ojos muy separados”, según la fuente. Vestido siempre con ropas que se daban de baja en el Regimiento de Infantería Buin, cuyo cuartel se encontraba entonces en la misma avenida Recoleta llegando a Juárez, Chayomoco hablaba de una forma desagradable y lastimosa, “lloriqueado, como si una permanente congoja lo atormentara”, aunque una vez decidió dejar de inspirar lástima apareciéndose a causar pavor en el liceo de hombres cercano a los mercados de La Vega:

Se le creía un idiota perfecto. Un día difundió el pánico frente a la puerta del Liceo, amenazando a los escolares y a cuanta persona se le pasó por delante, con un enorme revólver. Cuando dos policías lograron reducirlo, les mostró riendo el arma que carecía de nuez.

Plaza e  Iglesia de la Recoleta Franciscana en 1855. Lámina publicada en "Historia y devociones populares de La Recoleta Franciscana de Santiago de Chile: 1643-1985" de Juan Ramón Rovegno.

La entonces frondosa Plaza de la Recoleta en 1905, con la iglesia al fondo y las líneas de los tranvías en la avenida (donde hoy está la explanada y la acera). Lámina publicada en "Historia y devociones populares de La Recoleta Franciscana de Santiago de Chile: 1643-1985" de Juan Ramón Rovegno.

Caricatura de Goyito en "La Lira Chilena" (1900).

Y parece que Chayamoco no era tan idiota después de todo, porque en otra ocasión, aburrido del estado de sus ropas de segunda, engañó a García y a sus amigos avisándoles de la existencia de un plácido y cómodo lugar para bañarse en el canal San Cristóbal, al que fueron todos a capear el calor. Puede que este canal haya sido el que bajaba antes conectando hacia las acequias al final de lo que es ahora la calle Antonia López de Bello, antes llamada Calle del Cequión y luego Andrés Bello. El caso es que, cuando los chiquillos salieron de aquella acequia, se llevaron una desagradable sorpresa, traicionados por Chayomoco: “Mientras estábamos en el agua, desapareció con la ropa de todos”.

La proximidad de aquellas manzanas con los mercados del Mapocho y sus grandes tendales, como la feria de calle Artesanos y las primeras pérgolas de flores (anteriores a las que llegaron desde la Alameda, en los cuarenta), convirtieron el barrio en terreno fértil para la aparición de aquellas clases de personajes perdidos y olvidados del cambio de siglo, los típicos callejeros de La Chimba, de los que se ha recuperado tan poco.

El Mercado de La Vega, particularmente, había sido fundado en 1895 por don Agustín Gómez García, empresario, comerciante y hombre público que llegó a ser otro personaje de su época, también callejero a su modo, antes de fallecer atropellado por un tranvía en los años veinte. La presencia de este centro comercial se volvería un imán para una gran cantidad de sujetos curiosos y extraños que comenzaron a hacer su vida alrededor de sus ferias y patios de ventas: mendigos, cuequeros, prostitutas, boxeadores, locos, borrachines, etc.

Como era de esperar, muchos de ellos se forjaron también sus nombres y pasaron al recuerdo colectivo de La Chimba de Santiago, en aquel período. La revista satírica “La Lira Chilena” N° 41 del año 1900, por ejemplo, nos muestra una caricatura de un tal Goyito, otro de aquellos actores populares chimberos. Aparece retratado como un hombre de barbas, sombrero y ropas modestas, que estira la mano en la actitud de estar pidiendo alguna limosna, costumbre bastante común entre estos callejeros más pobres que aún podamos encontrar por esos reinos, por cierto. A esta imagen, la acompaña el texto: “Goyito, un tipo callejero del barrio ultra-Mapocho”.

Aquella caricatura de “La Lira Chilena” debe estar, además, entre los primeros registros de esta clase de almas curiosas y populares de las calles del viejo Santiago, tal vez carentes de todo pedigrí, pero haciendo sus propias historias en la ciudad y pasando a los legendarios seculares de quienes alcanzaron a conocerlos.

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