EL LOCO WILHELM: UN GENIO EN UN MANICOMIO

Un hijo de la sureña ciudad de Osorno ofreció, hacia los años treinta y cuarenta, uno de los casos más curiosos entre los típicos locos conocidos y apreciados por todos, como si se tratara de una distinguida personalidad local, tanto en su tierra natal como en sus salidas por el barrio de avenida La Paz cercano al Cementerio General en Santiago. En este caso, sin embargo, se trataba también de un tipo con rasgos probados de genialidad y bastante más cordura de la que podríamos esperar por su situación de vida. Fue descubierto por reporteros de un diario de Santiago en 1940, despertando así su breve cuarto de hora de fama, que lo convirtió en otra de las leyendas ya olvidadas de la sociedad chilena de entonces.

Guillermo Rautenberg era un sujeto alto y de mirada grave, como acusando algo anómalo al interior de su calva cabeza. Descendiente de alemanes llegados a la región, cuando salía al aire libre solía usar un sombrero de fieltro oscuro tipo fedora, dándose la estampa de elegante caballero, aunque pasara gran parte del día de overol engrasado, armando sus inventos en un taller.

En su tierra, siendo identificado como el Loco Wilhelm entre los osorninos, avanzaba ya hacia la madurez de la vida pero sin poder desprenderse de un gusto excesivo por la bebida, como él mismo confesaba. “Yo y el vino nos hicimos grandes amigos”, comentó una vez a la prensa, con su voz suave y pausada, pero segura. “Nos fuimos conociendo, hasta hacernos inseparables”. De tal idilio, nada bueno podía salir, aunque no fue suficiente para destruir su creatividad innata, misma que fue el principal cable a tierra en su difícil existencia, acaso.

Wilhelm se sentía un inventor, delirio de muchos insanos que, en su caso particular, tenía mucho de cierto, o quizá era del todo real. Paseaba hablando solo por la urbe y sacando cálculos, para luego llegar a su casa cercana a la ciudad y comenzar a trazar toda clase de planos y bocetos de los inventos que casi nunca llegaban a concretarse. Al envejecer, comenzó a debilitarse y a perder la vista, haciéndosele difícil seguir adelante. Probó con estimulantes, luego con alcohol… Y más alcohol. Y así llegó el punto en que ya no podía prescindir de los vasos de vino, para seguir en sus actividades domésticas e inventivas por igual.

La sombra de la vida callejera y abandonada, en tanto, se cernía a sobre la existencia del Loco Wilhelm en Osorno, a pesar de tratarse de un hombre extraordinariamente inteligente y muy razonable, en otros aspectos.

Su situación mental y sus vicios se estaban saliendo de madres, por lo que en una decisión extraña y muy poco frecuente entre los callejeros y “locos lindos” de nuestra sociedad, Rautenberg decidió sacar pasajes a Santiago e internarse personalmente al hospital psiquiátrico del entonces llamado Manicomio Nacional, en la calle La Paz con Los Olivos, complejo del actual Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak, cerca del Cementerio General… Algo quedaba de cordura dentro de él, según parece, o cuanto menos la suficiente para darse cuenta de que no podría sostener más las circunstancias de su vida, menos aún en la soledad y vulnerabilidad que se hallaba. Es muy posible, además, que haya querido dejar atrás su propio pasado, optando por una nueva y mejor etapa que, necesariamente, debía pasar por procesos de rehabilitación mental.

Rautenberg ya era un hombre maduro cuando también decidió convertirse en inventor, además, con cerca de 50 años de edad. Por esto, habría sido difícil que alguien lo tomase en serio allá en Osorno, dada su fama de borrachín callejero y sin cordura. Empero, la llegada a Santiago pareció haberle dado la oportunidad de empezar de nuevo, canalizando una nueva camada esfuerzos hacia algo enteramente positivo, con buenos resultados.

A la sazón, el hospital psiquiátrico no realizaba tratamientos con psicofármacos modernos, pero sí con sedantes e inductores, existiendo actividades de capacitación y desarrollo laboral dentro del recinto, de los que se valdría el nuevo paciente. Allí, entonces, Wilhelm continuó con sus proyectos, logrando la autorización de la dirección del hospital para trabajar en el taller de maquinarias para los internos más capacitados del manicomio.

Wilhelm en fotografía publicada por el diario "Las Últimas Noticias" del 6 de agosto de 1940. Es el único reportaje que hemos podido encontrar refiriéndose a este olvidado caso.

Mostrando uno de sus inventos: el termo-portaviandas, en otra imagen publicada por "Las Últimas Noticias".

El singular personaje dejó así sus andadas y partió a encerrarse a la maestranza, en donde se dedicó a manipular tornos, prensas y sierras. Tras un tiempo en el taller, logró desarrollar un novedoso arado que debía resultar más eficiente y manso que los tradicionalmente usados en los campos chilenos de entonces. Luego de algún tiempo de prueba y error, para asombro de todos los que no habrían apostado un peso a sus capacidades creativas, salió con su increíble invento demostrando la superioridad de su creación.

A mayor abundamiento, se trataba su invento de un modelo de arado de discos con giro “vuelta y vuelta” en un chasis, que hacía posible el trabajo especialmente sobre terrenos duros, aquellos en donde otros tipos de arado fracasaban o sólo rendían parcialmente, demandando gran gasto de fuerzas. El prototipo del inventor facilitaba mucho el trabajo en aquellos suelos difíciles, en una astuta combinación de inventiva con capacidades de observar ofreciendo soluciones. 

Con sus logros, Wilhelm también se hizo sumamente popular entre los demás pacientes, quienes lo reconocían como una especie de Leonardo o Edison, asumiendo también una suerte de liderazgo entre ellos. También pudo convertirlos en los primeros testigos de la que iba a ser aquella hazaña de inventiva. Por estas razones, llegó a ser toda una leyenda en el hospital y en el barrio, especialmente después de confirmarse su caso en la prensa escrita.

La historia podría pasar por una patraña, especialmente considerando que Rautenberg ofrecía como avales de que esto era cierto a los demás internos de la casa de orates. Sin embargo, en el diario “Las Últimas Noticias” del martes 6 de agosto de 1940 (artículo “¡Ha surgido un loco cuerdo!”), el propio director del establecimiento psiquiátrico, el Dr. Díaz Muñoz, revelaba y confirmaba la realidad del invento a los reporteros, mientras era entrevistado. De hecho, el mismo facultativo fue quien lo había autorizado a Wilhelm para ocupar el taller, tras una solicitud: “Allí trabajó y echó a perder cuanto fierro encontró a mano, hasta que un día lo terminó”.

Agregaba el médico psiquiatra que el paciente se había alegrado enormemente anunciando su creación, pues, con él, había conseguido una solución concreta para algo que no habían podido resolver ingenieros ni agricultores. Estuvieron probando el famoso arado y resultó un éxito, entonces, con estupendos resultados en la agricultura de quienes decidieron adquirir ejemplares de la curiosa herramienta.

Entrevistado por los mismos corresponsales, el genio loco aseguraba tener cerca de 80 inventos de su entera y propia creación, entre los que mencionaba un termo especial, consistente en “un aparato para reemplazar al ‘portaviandas’, que guarda calor 14 horas y sin fuego debajo”. En las fotografías, luce como un dispositivo compartimentado y con asas para manipularlo, aunque nunca se dieron descripciones detalladas sobre el mismo artilugio.

Desgraciadamente, y aunque Guillermo Rautenberg gozaba de autorizaciones para salir a las calles que podrían haberle servido para ofrecer sus inventos y buscarle objetivos comerciales, quizá su situación como interno en casa psiquiátrica no favoreció la difusión de los mismos, ni siquiera en el caso del demostradamente exitoso arado de su creación. De hecho, Wilhelm declaró que nunca patentó alguno de ellos, conformándose con mostrarlos y demostrar su utilidad ante los curiosos que llegaran visitándolo para conocer su extraña historia y a los vecinos del barrio que lo conocieron en aquel tiempo, prolongando estos últimos un poco más de la frágil memorial del caso, mientras vivieron.

Muchas extravagancias parecidas a las de aquel personaje han de hallarse en la historia de los pacientes de las casas de orates chilenas, sin duda, pero la de un interno con inventos a su haber, debe ser una de las más interesantes y extrañas, a pesar de lo poco conocida y totalmente olvidada que resulta en nuestros días.

Comentarios

Entradas populares de este blog

JOSÉ MIGUEL Y RICARDO DODDS: LA LEYENDA DE LOS VADULLI EN LAS CALLES DE ARICA

JUANITO PUNK: “EL ÚLTIMO DE LOS MOHICANOS”

SALUSTIO SÁNCHEZ OTEÍZA: EL HOMBRE INCANDESCENTE