DOMINGO ZÁRATE VEGA: PASIÓN, GLORIA Y OCASO DEL “CRISTO DE ELQUI”

 
Muchos de los rasgos “espirituales” y de las construcciones de atractivos especiales para el Valle de Elqui en la Región de Coquimbo, en cuanto a su oferta turística de experiencias culturales fuera de sus magnificas frutas, paisajes, viñedos y producción pisquera, corresponden a rasgos de folclore, neofolclore y tradición mística popular, como se sabe. Están allí las leyendas de fantasmas, historias de brujos, chonchones o tuetués, cartomantes, extraterrestres, adivinos y disciplinas que forman parte de la propuesta tradicional del valle desde hace varios años ya, pues su promovida identidad mística no es cosa nueva y se inició en la primera mitad del siglo XX con un personaje que hoy es escasamente recordado, incluso en esos encantadores parajes.

Aquella fama del Elqui comienza poco después del Primer Centenario, para ser precisos. Si bien hay quienes retrotraen esta cualidad del lugar hasta la época de la propia Gabriela Mistral nacida en el valle (y con mausoleo en el mismo, en Monte Grande), e incluso de regreso a los tiempos de la cultura diaguita, que tuvo sus propios contenidos de creencias y ritos, en rigor son los años veinte del siglo pasado los que resultaron cruciales para despertar la “fiebre” elquina, con algunos casos bastante bullados a partir de la época y que han sido estudiados por investigadores como el bibliófilo Juan Guillermo Prado, en su libro “Los iluminados del Valle de Elqui”.

El primero de ellos, o al menos pionero de entre los más importantes y trascendentes que ponen el punto de partida a la célebre espiritualidad del valle, corresponde al llamado Cristo de Elqui, apodo que le diera la prensa a uno de los personajes más intrigantes, controvertidos y extraños de la historia religiosa moderna chilena, cuyo paseo predicando por las calles del Norte Chico llegó a la propia capital chilena y luego al puerto de Valparaíso, en donde vivió sus días de ocaso y oscurecimiento.

Llamado en realidad Domingo Zárate Vega, el Cristo de Elqui era un campesino y albañil oriundo de Río Hurtado, pueblo antes llamada Samo Alto, en la Provincia del Limarí. Carlos Ruiz-Tagle dice en “Los antifrívolos” que había conocido parientes suyos viviendo en aquella localidad, incluso con los restos de la modesta casa de adobe con alero en donde vivió, residencia ya desaparecida. Sólo una fotografía se conserva de este inmueble, con copias en la municipalidad y en la parroquia locales.

Como buen aspirante a Mesías o predestinado a coquetear con esta fantasía, Domingo había nacido en las vísperas de Navidad de 1898, hacia el 20 de diciembre según creen algunos o el 24 según se aseguraba (algo que también se lee en algunos documentos formales), en el seno de una modesta familia de ganaderos caprinos. Asistía regularmente a la hermosa Capilla de Serón, hoy en ruinas, para escuchar misa y, a pesar de sus limitaciones educacionales, aprendió de memoria muchas de las enseñanzas bíblicas. En la señalada vivienda, vivieron con los padres todos sus hermanos, tres hombres y tres mujeres.

Fue después de trabajar como inquilino del entonces alcalde José Álamo Tuma y de experimentar un aparente estilo de vida beodo y lujurioso con el que despilfarró una herencia familiar, que comenzó a manifestar su curioso delirio religioso: según él, a partir de un inesperado momento de epifanía, el Señor se le comenzó a aparecer en sueños especialmente entre 1927 y 1930, hablándole y dándole instrucciones precisas sobre la que debía ser su misión en el mundo.

Paralelamente, el nuevo salvador del mundo se había dejado crecer una larga barba y cabellera. No podía ser de más estilo mesiánico, y hasta se cree jamás se cortó el pelo ni se rasuró durante toda su época de iluminado predicador, haciendo giras de pueblo en pueblo para divulgar su palabra. De ahí el que fuera comparado popularmente con Cristo.

A partir de 1927, sin embargo, año en que comienzan sus visiones y empieza a vociferar su principal y autorreferente mensaje debutando en Alcohuaz tras la muerte de su madre Rosa Vega, pérdida que fuera un gran golpe para su vida, Zárate Vega comenzó a llamar la atención de los medios informativos que difundieron la noticia del curioso sujeto y sus extraña oratoria. Tenía 29 años a la sazón, cuando decidió que su camino de fe, penitencia y labor social era enseñar su particular visión de los evangelios.

Más exactamente, habría sido hacia fines de ese mismo año, tras hallarse meditando, cuando tuvo la gran aparición divina según recordaba él mismo:

Eran el Mesías, su Divina Madre y su apóstol Pedro. Embriagado mi corazón por este dulcísimo éxtasis, exclamé: ¿por qué no me llevas Señor? Y me contestó el Mesías: Tú eres joven y yo estoy muy viejito y tengo tanto que atender... Y al decir estas palabras, miró el mundo transformándose en un viejito de muchos años.

Como puede advertirse con la breve cita, una línea de su amplia prédica era de base católica, además de hacer citas continuas de la Biblia y llamados al Vaticano con tonos de emplazamiento. Predica y peregrina por los cerros, mostrando su capacidad de sacrificio y dando plegarias para los necesitados, anunciado también profecías y, ya más emborrachado por la atención, ofreciendo milagros que acabaron complicando su credibilidad.

Por entonces, Domingo predicaba por las calles de Vicuña, Paihuano, Rivadavia, Horcón y La Unión (después llamado Pisco Elqui), ofreciendo un complejo sistema de mensajes espirituales y apocalípticos, creencias en la reencarnación, al tiempo que decía recibir todavía las visitas de distintas entidades sacras con las que tenía fluido contacto. Había comenzado su misión autoimpuesta por todos los pueblos de la zona, haciéndose conocido y respetado. Esos viajes a pie tomaban varios días, en algunos casos, y no siempre tuvieron buena acogida, encontrando muchas veces rechazo y desconfianza. Fue por su insistente prédica en aquellos lugares que fue asociado al Valle de Elqui, además, sin ser exactamente nativo del mismo, sino de su vecindad geográfica.

El Cristo de Elqui y dos de sus discípulos, en fotografía publicada en "Los iluminados del Valle de Elqui", de Juan Guillermo Prado.

Dos fotografías del Cristo de Elqui. Fuente imágenes: noticias.terra.cl, y "Sermones y prédicas del Cristo de Elqui" de Nicanor Parra.


Su enseñanza se fundía con recomendaciones moralistas, supersticiones, yerbatería y en algunos casos pseudo-ciencia, involucrando en ocasiones consejos para cuestiones tan cotidianas como alimentación, sexo, recreación y hasta higiene personal. Vestido a veces con un sayal o hábito marrón parecido al de San Francisco y en otras con una túnica blanca, celeste o azulina, estolas y un tocado de simbología parecida a la de ciertos ritos de logias, vestimentas que se había prometido usar por 20 años, su personaje era como una especie de combinación entre Juan Bautista y Rasputín, alcanzando incluso a su aspecto físico. Más de una vez fue confundido con un simple mendigo, se recuerda, hasta el momento que alzaba la voz para propagar sus sermones ante los asombrados transeúntes.

Como también era previsible, además, Zárate comenzó a rodearse de seguidores que lo veneraban como el verdadero Mesías, bautizándolos en las aguas del mismo río Elqui, al tiempo que recibía regalos y limosnas. Prácticamente, vivía de forma franciscana y llena de limitaciones, subsistiendo gracias a la generosidad de sus devotos y saliendo a predicar por otras ciudades e incluso en países vecinos. Practicaba prolongados ayunos y a decía pasar períodos alimentándose sólo de pan y agua.

El mesías criollo también había elegido a algunos de sus fieles como sus apóstoles personales y delegados en otras localidades, siendo recibido con gran devoción en ciertas ciudades durante la segunda etapa de su cruzada, partiendo por La Serena y Coquimbo. Todo esto, a pesar de sus discursos incendiarios y plagados de acusaciones contra las autoridades, a veces realmente insultantes. Eran, pues, los años de la Gran Depresión mundial y de la caída de la industrial salitrera, en un país en bancarrota y con las muchedumbres queriendo escuchar algo que aliviara las incertidumbres y angustias sociales.

Al salir del valle y llegar a La Serena, con gran atención de la gente, el intendente de la ciudad estuvo conversando con él: Zárate Vega pedía ayuda para ir a Santiago y a Roma. Como previsible consecuencia de esto, se ganó rápidamente el desprecio de la Iglesia y sus medios impresos, incluyendo la irritación del entonces obispo de ciudad, José María Caro, quien le negó entrevista y lo definía como una persona con perturbaciones mentales en una de sus cartas pastorales dirigida al pueblo creyente de Vicuña, del 25 de febrero de 1931:

Se ha presentado ante vosotros un pobre iluso, de los que hay muchos en el manicomio, y al cual los fieles, que lo son todos para ir a la iglesia, para cumplir su santa religión y para cumplir sus deberes, lo han acogido como el enviado de Dios, como el mismo Mesías, nada menos, y le han formado su comitiva de apóstoles y creyentes.

No estaba muy lejos de la realidad el futuro primer Cardenal de Chile con tal acusación, pero el caso era que el aludido seguía llamando público por las calles de pueblos y ciudades, convencido de estar trayendo la luz que el mundo requería en aquel momento de la historia humana. Parece haber sido, además, la primera acusación y denuncia contra Zárate en la que se lo retrataba como un loco delirante, un orate rematado. Incluso terminó detenido en La Serena tras su fallido paso por la ciudad.

Empero, a pesar de la gran recepción de gente que lo esperaba en Santiago mientras venía en el ferrocarril hasta la Estación Mapocho, en la capital fue detenido en 1931, sólo dos días después de publicada la mencionada carta de Caro, al parecer en el tramo previo de la estación Yungay. Desde allí, sería llevado a un hospital psiquiátrico por orden de la Dirección de Sanidad, mientras era ridiculizado por la prensa casi a coro, diagnosticándose en él un delirio mesiánico.

En aquel momento, el interés de Zárate era conseguir una entrevista con el Presidente de la República, Carlos Ibáñez del Campo, y con el arzobispo de Santiago, el ya anciano y próximo a morir monseñor Crescente Errázuriz, para poder recibir autorización y ayuda de ir al Vaticano. Por supuesto, este afán quedó truncado con su detención.

Hallándose así en la casa de orates, comenta Prado que fue entrevistado por un medio al que declaró algo interesante sobre su lugar de nacimiento: “En Río Hurtado, en el sitio llamado Morillo, en el departamento de Ovalle, pero renací en Vicuña hace tres meses, cuando por la gracia de Dios pude leer el catecismo, que es lo único que puedo leer, porque los demás no los entiendo”. Aún recluido, se le determinó por los expertos un desorden mental que le llevaba al delirio mesiánico. Permaneció un tiempo más internado antes de poder salir libre, cinco o seis meses después, tras “demostrar” que estaba cuerdo, según aseguraba él.

Luego de la desagradable experiencia que casi pone fin a su autoimpuesta obra de pastoreo de almas, partió hacia Antofagasta y Tocopilla durante el año siguiente, para continuarla en tierras del Norte Grande. Causó gran atención de los habitantes e incluso de connotados y cultos vecinos. Esto encendió la alarma de las autoridades locales y motivó reclamos ahora de grupos de la izquierda obrera en la ciudad, en el contexto de agitación política y social de esos días. Despreciado por conservadores y progresistas por igual, viajó también a Perú y Bolivia para continuar su obra por esas calles, y existe al menos una fotografía en donde la multitud de Arequipa lo rodea mientras da un discurso en algún lugar alrededor de la Plaza de Armas de la ciudad, a principios de los años treinta.

Zárate Vega también escribió varios libros, trabajos biográficos y folletos sobre sus propias vivencias, mezcladas con la filosofía de sus enseñanzas, como “El grito del pastor en el silencio”, “Un signo de luz” y “La promesa y la vida”, aunque con contradictorios mensajes, especialmente los que entregaba ya hacia sus últimas décadas de vida y cuando su secta de feligreses había caído en la inoperancia, totalmente disuelta. Se dice que habría escrito entre 10 y 20 textos impresos, pero no habría registro de todos ellos.

Resulta un misterio el cómo redactó aquellos documentos y si acaso contó con asistencia de alguien más en esta tarea, pues se recuerda que este Mesías tenía escolaridad incompleta, a pesar de su elocuencia y casi fanfarronería de palabra. Hay quienes incluso lo definían como un analfabeto, sugerencia que él mismo había hecho de sí en 1931, acentuando el enigma al agregar que sólo podía leer mensajes religiosos y por el poder de la fe.

Pero la caída de su fantasía personal iba a ser inevitable, como sucede a todo “profeta” al perder su hechizo de encanto sobre los seguidores. Fabio Vio Valdivieso recordaba en “El charlatanismo!”, por ejemplo, que observó una vez a Zárate Vega tratando de devolverle la vista a un ciego en la Plaza Victoria de Valparaíso, sin conseguir más que una patética caricatura del episodio de los Evangelios. Se sabe también que, en uno de sus más febriles momentos intentando demostrar cualidades prodigiosas, anunciaba públicamente que las divinidades le habían otorgado el don del vuelo o la levitación.

Portada del último libro de Zárate Vega. Fuente imagen: "Sermones y prédicas del Cristo de Elqui" de Nicanor Parra.

Convencido de poseer aquellas capacidades, en una ocasión hizo un llamado para presenciar un proeza antigravitaria y trepó varios metros por un árbol de la Plaza de Armas de Ovalle. La tradición oral ha ido ubicando el lugar de los hechos en la plaza de la Quebrada de Leiva, en la de Vicuña y otras opciones, pero todo indica que fue la ovallina, justo enfrente del templo. Se dice que subió las ramas de un ciprés que aún existe en la plaza, prometiendo que volaría y saltando desde varios metros... Pero el pobre acabó estrellado dolorosamente contra el suelo, mientras la burla de los presentes no se compadecía de sus fracturas, las que obligaron a sacarlo en camilla camino al hospital mientras él, maltrecho, culpaba a la falta de fe de sus seguidores por lo sucedido. Todavía existen algunos sobrevivientes en la zona que vieron este bochornoso incidente cuando niños, pues parece que el anuncio de su "vuelo" mágico atrajo mucho público en la ocasión.

Prado, sin embargo, comenta que en 1948 y habiendo dejado atrás gran parte de sus más impulsivos delirios, Zárate Vega ya renegaba de su antigua doctrina declarando ahora: “He sido y seré un libre pensador”. En su momento, hubo también ciertas sospechas de alguna relación suya con lineamientos masónicos, por cierto. El mal paso dado en Santiago y su pasada por la casa de orates, fue un golpe sin vuelta a su prestigio, debiendo refugiarse en casa de un hermano y alejarse paulatinamente de la actividad predicadora.

A todo esto, y aunque hay opiniones poniendo en entredicho esta posibilidad, parece ser que la sobrecarga mística que el personaje había hecho en la fama del Valle de Elqui continuaría con la aparición de un abanico de sociedades extrañas que elegían el lugar para sus meditaciones y operaciones espirituales de lo más variadas. Siguieron al camino del Cristo del Elqui pero con sus propias propuestas, la llamada Hermandad del Pacífico y los representantes chilenos de la Gran Fraternidad Universal, así como las leyendas de los monjes tibetanos exiliados en el valle escondiendo tesoros y esperando el nacimiento del denominado Niño del Perdón, una suerte de nuevo salvador del mundo.

A la sazón, sin embargo, Zárate Vega había abandonado sus vestimentas e indumentarias, apareciendo ahora de perfecto terno y corbata en una conferencia del 24 de mayo de 1948. En algún momento, había comenzado a vestir sólo de oscuro, además, cosa que se observa en las fotografías que quedaron de él, pero su vida madura ya fue como hombre normal y pasado definitivamente por la sastrería. También contrajo matrimonio con la ciudadana magallánica Estrella Pavlovic, en 1956. Su último trabajo publicado fue “La promesa y vida del Cristo de Elqui”, también ese año, obra de carácter autobiográfico.

Las últimas actividades conocidas de Zárate Vega fueron en los años sesenta, ayudando a presidiarios a vender objetos hechos por ellos en los mismos talleres de las cárceles de Santiago y Valparaíso, como calzados. Desdeñado y pobre, tras un largo periplo del que no se sabe demasiado, falleció el 12 de diciembre de 1971, casi en el más completo olvido. Sus restos fueron sepultados en el Cementerio N° 3 de Playa Ancha, en Valparaíso, su última ciudad de morada más o menos estable, aunque muchos creían que el lugar de su muerte fue en la capital. La lápida de su nicho lo identifica como el Cristo del Elqui, acompañado del mensaje: "El grito del pastor en el silencio".

Seis años después de su muerte, el antipoeta Nicanor Parra, que habría conocido en persona la oratoria del “elegido”, publicaba en su homenaje los “Sermones y prédicas del Cristo de Elqui”. Escribe allí  poniéndose en el lugar del misterioso personaje pero dándole algunos alcances relativos al contexto de la época, según algunos observadores de su obra:

Ahora que ya revelé mi secreto
quisiera despedirme de todos ustedes
en total armonía conmigo mismo
con un abrazo bien apretado
por haber llevado a feliz término
la misión que el Señor me encomendó
cuando se me apareció en sueños
hace la miseria de 22 años
juro que no le guardo rencor a nadie
ni siquiera a los que pusieron en duda mi virilidad
sepan esos reverendos señores
que soy hombre totalmente normal
y perdonen si me he expresado en lengua vulgar
es que esa es la lengua de la gente.

En 1979, Parra publicó un segundo libro asumiéndose como el personaje, titulado “Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui”, seguido años después de “La vuelta del Cristo de Elqui”, en 2007. Astutamente, el vate había combinado elementos críticos y referencias a la época de Ibáñez del Campo, cuando Zárate debutó ante la fama, con los del período de tiempo de la Dictadura Militar en la que concibió la obra dedicada al predicador.

Además de Prado y Parra, más algunas obras artísticas basadas en el caso, el autor Carlos Toro Ponce repasa el episodio de Zárate Vega en “Santos y bandidos del valle de Elqui”, publicado en 2007, mientras que Hernán Rivera Letelier publicó un relato inspirado en la vida del fracasado profeta, durante 2010, con el título “El arte de la resurrección”. Edmanuel Ferreira Mondaca, por su lado, lanzó "Jesús y el Cristo del Elqui" en 2016, con otra mirada casi reivindicatoria del predicador. Y, a fines de octubre de 2020, un capítulo del programa de televisión "La Historia Secreta de Chile" conducido por el escritor Jorge Baradit en la estación Chilevisión, ha reconstruido también la curiosa historia del personaje, con algunos datos muy novedosos y poco conocidos sobre su vida. Claramente, entonces, se está en un proceso de revisión de la semblanza de Zárate Vega, más allá del olvido y, cuando no, de la caricatura.

Aquellos son los testimonios que han quedado del Cristo del Elqui, ese personaje callejero que fuera, en la práctica, uno de los iniciadores o acaso primer empujón que recibió el valle elquino por el umbral de la atracción espiritual, mística y esotérica que aún lo identifica en las guías de viajeros.

Comentarios

Entradas populares de este blog

JOSÉ MIGUEL Y RICARDO DODDS: LA LEYENDA DE LOS VADULLI EN LAS CALLES DE ARICA

JUANITO PUNK: “EL ÚLTIMO DE LOS MOHICANOS”

SALUSTIO SÁNCHEZ OTEÍZA: EL HOMBRE INCANDESCENTE