AUGUSTO ORREGO LUCO: EL DOCTOR CON TALENTOS DE BRUJO

Un importante antecedente sobre la preocupación por la salud en la sociedad chilena lo representa otro de los callejeros que lograron romper el círculo del olvido y del desdén, ganándose un espacio destacado en la historia, o al menos la conocida en sus círculos. Fue el caso del médico Augusto Orrego Luco, hermano mayor del pintor y diplomático Alberto Orrego y del escritor y político Luis Orrego, el conocido autor de “Casa Grande”.

Nacido en Valparaíso en 1849, Augusto era hijo del empresario local Antonio Orrego Garmendia, recordado por haber introducido la cera en el mercado chileno, y de doña Rosalía Luco León de la Barra. Todos sus primeros estudios tuvieron lugar en el puerto hasta que llega a Santiago a matricularse en el Instituto Nacional, donde funda un semanario junto a su amigo Luis Montt. Pasará desde allí a la Universidad de Chile en 1866, primero estudiando derecho.

El joven Augusto descubre sobre la marcha que las leyes no son los suyo y decide cambiar la dirección de su proa hacia la medicina. Su acaudalada familia lo complace, enviándolo a Europa para realizar aquellos estudios superiores. No obstante, malas decisiones económicas y problemas inesperados empobrecen rápidamente a su padre, viéndose obligado a regresar a Santiago y entrar a la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, pagando con propio su esfuerzo la carrera. Para este objetivo, trabajaba como periodista en el diario “La Patria” de Valparaíso y luego “El Ferrocarril” de Santiago, además de hacer algunos aportes en la Academia de Bellas Artes.

Justo en aquel entonces, una feroz epidemia de viruela atacó al país, poniendo a prueba las capacidades de la medicina chilena para enfrentar semejante calamidad. En respuesta, el 12 de junio de 1872 se crea la Junta Central de Lazaretos, comité integrado por Monseñor Ignacio Víctor Eyzaguirre, el Dr. José Joaquín Aguirre, José Manuel Guzmán, Valentín Marcoleta, Vicente Izquierdo, Matías Ovalle y Manuel Arriarán, como secretario este último, con la misión de tomar las decisiones necesarias para combatir la epidemia que asolaba a Santiago. El objetivo primero del grupo, era el de establecer lo antes posible los lazaretos u hospitales de pacientes infecciosos, para que pudieran ser recibidos allí los muchísimos contagiados a los que se les negaba el ingreso en los hospitales tradicionales, carentes de las capacidades y los recursos para darles atención. La campaña, que contó también con apoyos de países vecinos, permitió implementar y llevar adelante un gran trabajo de vacunación antivariólica, en medio del caos desatado por los masivos contagios y la desesperación de las autoridades por ponerle barreras al avance de la plaga.

Fue entonces cuando destacó Orrego en aquel enorme esfuerzo: con poco más de 20 años, el estudiante deambulaba por estos barrios insalubres y dormía en improvisadas clínicas-campamentos que se levantaron por el brote que agredió a la sociedad chilena. El lector podrá imaginar cómo un hombre de origen aristocrático lidió tan generosa y humanitariamente con los escrúpulos de una actividad que lo exponía a condiciones insalubres y a los contagios que afectaron a varios actores de aquella contienda, de hecho.

Orrego, a tan corta edad, habría de alcanzar ribetes casi de leyenda, entonces, aunque todo su desprendimiento provenía de un compromiso personal con la medicina en sus aspectos más profundos y benefactores, representando a una clase noble del gremio y del juramento hipocrático que, a veces, parece pertenecer ya a los tiempos más románticos del mismo.

Cuando por fin fue controlado el azote epidémico, el Intendente Benjamín Vicuña Mackenna, activo protagonista de la misma campaña contra la viruela y comprometido al punto de contagiarse de la enfermedad por sus constantes visitas a los centros de atención, concedió por entonces a Orrego la Medalla de Oro de Santiago, por decisión de la Junta General de Lazaretos y en reconocimiento a su destacada labor. El acto de premiación tuvo lugar poco antes de la disolución de la Junta, el 6 de octubre de 1872, en el entonces flamante edificio del Mercado Central de Santiago, recientemente inaugurado. Se reconoció ese día a varios otros protagonistas de la exitosa lucha, incluyendo capellanes, médicos y estudiantes.

La entrada de la Cañadilla o Independencia, vista hacia 1880-1890. A la derecha, el templo del Monasterio del Carmen de San Rafael (congregación dueña de los terrenos de El Arenal u Ovalle), hoy Monumento Histórico Nacional.

El Pabellón de Higiene y Demografía del Instituto de Higiene, hacia 1910, mismo edificio de la dirección Independencia 56. Fotografía de los archivos del Museo Histórico Nacional. Fuente imagen: Memoriachilena.

Durante el año siguiente, el prestigioso Orrego publicaba y dirigía con Fanor Velasco la “Revista de Santiago”, en donde también se abordó el tema de la viruela y sus ciclos epidémicos en el país, abarcando otros temas relacionados con literatura, crónica histórica, artes, ciencia e intelectualidad en general. Se tituló como médico cirujano a inicios de 1874, y su tesis ya perfilaba la orientación psiquiátrica que iba a adoptar profesionalmente: “Causas indirectas de las alucinaciones mentales”, tan aplaudida y elogiada que le permitió ingresar a la Academia Francesa. Ese mismo año, contrajo matrimonio con doña Martina Barros Borgoño.

Se recuerda, además, que siendo todavía joven don Augusto paseaba por las noches en el sector de La Chimba de Santiago, ofreciendo sus servicios sin cobrar a los pacientes pobres. Su territorio de andanzas debió estar por el peligroso sector de las poblaciones a la bajada del Puente de Cal y Canto hacia la llamada Cañadilla, actual avenida Independencia. Una de ellas, al poniente, era la Población El Arenal, crecida en donde había estado antes la quinta del corregidor Luis Manuel de Zañartu, el constructor del mencionado puente hacia fines de la Colonia, en donde después la Sociedad Ovalle Hermanos estableció una urbanización de cuadras con régimen de arriendo a sus modestos habitantes, creándose un folclórico y pintoresco vecindario con famosas chinganas o quintas, pero muchas veces alejado del imperio de la ley y de la salubridad.

Otra población, o más bien sus restos, estaba al oriente de la bajada del puente, más o menos en donde hoy están los mercados, y se la llamaba El Campamento por la antigua existencia previa de un vivac militar de vigilancia de entradas y salidas de personas en el Cal y Canto. En este sector ribereño se establecieron después los galpones del ferrocarril urbano en donde se guardaban los carros tranvías, hoy ocupados por el Mercado de la Vega Chica.

Por sus logros y magnífico desempeño en terreno, Orrego se ganó entre los pobres el apodo de el Brujo de la Cañadilla, reconociendo con creces sus talentos, como recordaba después su viuda Martina en “Recuerdos de mi vida”. Se ha dicho que este mote lo recibió, principalmente, entre los indigentes, por las curaciones que realizaba a los que mostraban estados nerviosos alterados, lo que fue interpretado entre ellos en forma supersticiosa y sobrenatural. Fue tal su vocación en las calles que, siendo ya médico de la casa de orates, continuó atendiendo gratis en su consulta de la Escuela de Medicina, llegando a ser tildado con el honroso título de “médico de la ciudad”. En una ocasión, durante una conferencia en el Hospital San Juan de Dios, declaró a los presentes discurriendo sobre su pensamiento, según la cita que hace Fidel Araneda Bravo en su libro biográfico sobre el médico:

Cuando los intereses se deslizan en nuestra vida profesional, las rivalidades se despiertan, la armonía desaparece, principia la innoble persecución de la clientela y la lucha feraz por la existencia. No se tarda en echar mano de la intriga, en valerse de todos los medios para desprestigiar la competencia y en esta lucha mezquina el prestigio profesional va a un naufragio irremediable.

Hombre de muchas disciplinas, también ejerció labores de crónica satírica, periodismo, clases de astronomía y fue elegido diputado suplente por Santiago. La Guerra del Pacífico lo sorprendió en sus ejercicios académicos, políticos y médicos, ingresando como comandante cívico. Formado en ideas liberales, además, regresó del frente de batalla para ser elegido diputado por Lontué, luego por Cauquenes y, finalmente, por Quillota, cargo en que ahora le toca la Guerra Civil de 1891, apareciendo en el bando de los opositores al presidente José Manuel Balmaceda. Ya en plena República Parlamentaria, fue ministro de interior y luego de justicia, del presidente Federico Errázuriz Echaurren. Vuelve a asumir aquella última cartera con el presidente Juan Luis Sanfuentes. También fue un conocido patriota y defensor de límites territoriales, cercano al pensamiento de los parlamentarios conocidos peyorativamente como “Los Internacionalistas”, especialmente en el asunto de la disputa entre Chile y Argentina por la posesión de la Puna de Atacama.

El Dr. Orrego Luco en retrato fotográfico  de 1884, atesorada en la sección de fotografías de la Sala Medina, Biblioteca Nacional de Santiago. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.

Dr. Orrego Luco en 1903. Fuente imagen: Genealogía Chilena en Red.

El Dr. Orrego Luco en 1922. Fuente imagen: Memoriachilena.

Sin apartarse de la actividad médica, en 1884 Orrego había denunciado la cantidad de niños fallecidos en Chile antes de llegar a los siete años, atribuyendo ese desolador 60% a las condiciones de la miseria social y económica en que vivían sus familias. Una década después, fue nombrado presidente de la Sociedad Médica de Santiago. También fue miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, hasta su muerte. Llegó a ocupar la dirección de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, impartiendo ramos como Anatomía Humana y Enfermedades Mentales hasta su retiro, en 1906.

Empero, con la llegada del primer gobierno del general Carlos Ibáñez del Campo, Orrego vio complicada su situación al ser considerado del bando enemigo, debiendo autoexiliarse en Europa. Retornó a Chile en 1931, ni bien cayó el régimen, viviendo su último par de años de vida en Valparaíso. Allá, en el puerto que lo viera nacer, falleció a fines de agosto de 1933, dejando atrás el recuerdo de uno de los médicos más importantes que hayan dejado los pies en las calles chilenas, blandiendo espadas de la ciencia y del desarrollo humano en contra de las epidemias y las pestes que otrora diezmaban a la humanidad, y siempre procurando la salud pública como su estandarte.

Cabe preguntarse si el mismo rasgo que dieron aquellas necesidades de servicios de salud en el sector de La Chimba de Santiago, y de los que Orrego fuera un gran actor, llevaron después a la decisión de intentar convertirlo en un barrio sanitario, antes que su carácter de comercio popular se lo tragara. Fuera de los hospitales construidos más al interior, en las cuadras riberanas estuvieron también el complejo del Instituto de Higiene con el Desinfectorio Público, cuyos edificios hoy pertenecen a la Policía de Investigaciones; y el edificio de acogida de calle artesanos, en la desaparecida Mansión Montt; cerca de ellos, el Policlínico de la Caja del Seguro Obrero, actual Centro de Salud Norte.

Puede observarse que el clásico arquetipo del “médico de la ciudad” tan bien sostenido por Orrego Luco, se ha repetido muchas veces en la historia de la medicina chilena, como sucedió en Iquique con el Dr. Juan Marques Vismara, con un pequeño monumento propio en la avenida Arturo Prat; o el Dr. Juan Noé Crevani, que da hombre al hospital de Arica; con el “médico de los pobres”, Dr. Mauricio Heyermann Torres, en la Araucanía; con el querido Dr. Diego Whittaker, que atendía gratis en su consulta de “El Buen Samaritano” de La Cisterna en Santiago, siendo postulado al Premio Nobel de la Paz en 1996; y, más recientemente, con el Dr. Luis Astudillo Peiretti, “el doctor del pueblo”, que atiende gratuitamente a adultos mayores de la Región Metropolitana.

Aquellos son sólo algunos de los muchos casos similares que ha dado la historia médica al orgullo nacional, de los que Orrego Luco fuera todo un símbolo.

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